Ser un parroquiano

Esta semana almorcé en el Solar de Tejeda. Sí, ese restaurant por momentos bodegón, por momentos típico, ubicado frente a la catedral y con las mejores vistas de la ciudad. Sí la UNESCO busca un definición de patrimonio comible, acá está.
La evidente presencia divina cruza la calle recién inaugurada por la mini para ser el condimento principal y nada secreto de El Solar.
Pareciera haber estado ahí desde siempre, igual que su dueña Maruja. En cierta medida es como tu mamá, no tenés dudas que te va a tratar bien. Con esa calidad doméstica y familiar, con esa calidez abundante y sabrosa, el Solar de Tejeda te recibe con pocas pretensiones y mucho cumplimiento, en la posición más turística de la ciudad.


Con su entorno renovado de la supermanzana, carnes, pastas, menúes económicos, una copa de vino tinto, o un flan pulsudo, o un guiso histórico y una empanada, este restorán merece un premio a la calida comida de siempre.
Cuando llegué, después de un tiempo sin haber ido, Maruja me dio un abrazo a través de la barra como si hubiera llegado de un viaje desde el oriente, y eso hizo que la comida sea más rica. Mientras venía el café descubrí que George, el mozo, me había atendido durante décadas con la misma imparcial gentileza: podés pedirle el menú de pollo al disco y comer solo leyendo un libro, o un salmón rosado acompañado por un actor de Hollywood, que siempre te va a tratar exactamente igual, como un parroquiano. Como él, cada persona que trabaja allí es una demostración del buen trato, nuestro gran carácter anfitrión y que se puede seguir atendiendo con la escuela formal y clásica.
 
De todas las formas de nobleza, la gastronomía del microcentro liderada por Maruja y familia en su parroquía de la comida, el Solar, es la que está más cerca te deja del cielo.-

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