(Publicado por HDC el 24 de Octubre de 2024)
Saparmyrat Nyýazow fue el primer presidente de Turkmenistán. Gobernó su país entre 1985 y 2006, año de su muerte. Su extenso mandato (que transitó la independencia de la URSS) se caracterizó por la falta de derechos y la abundancia de decisiones políticas estrafalarias: prohibió el ballet, la ópera, y los perros (aunque sólo en la capital). Con una visible falta de modestia rebautizó a Enero con su propio nombre y -como ejercicio de generosidad- decidió que abril se llamaría Gurbansoltán, el nombre de su madre. Pero estas nimiedades son poca cosa al lado de diversas esculturas que mandó a construir, entre las que se destaca una mole de 12 metros de altura que giraba siguiendo al sol, en pleno centro capitalino. Naturalmente se trataba de su propia imagen pero bañada en oro. Esta estatua fue retirada en 2011 por el nuevo presidente Gurbangulí Berdimujammédov quien prometió combatir los personalismos. Pero después no aguantó e inauguró su propia escultura ecuestre donde es representado con una paloma en la mano. Gracias a su pedestal alcanza los 21 metros de altura y también está bañada en oro, pero de 24 kilates.
Aunque nos choque, podemos matizar las excentricidades de los presidentes turkmenos si las ponemos en el contexto de lo simbólico: imponer de ideas, figuras y valores son formas de construir identidad. Y de cambiarla.
La monumentalización transforma el patrimonio material incorporando nuevos elementos al paisaje de una ciudad, pero fundamentalmente aspira construir subjetividades puesto que introduce valores simbólicos y políticos en una comunidad. Un elemento monumental, por escala arquitectónica, es un potente altoparlante sólido y con aspiraciones de perpetuidad hacia los corazones de los ciudadanos (salvo algunos casos que analizaremos seguidamente). Estos agregados son lunares en la dermis social que es el espacio público, y cicatrizan -o no- de manera desigual. La resonancia entre las figuras y su diálogo con el contexto urbano suponen una mayor visibilización que los bautismos y cambios de nombre de espacios, las denominaciones de feriados y otras instancias de despatrimonialización.
5 Ídolos odiados cuyas cabezas rodaron
En 2017 Hugo Chávez (que nunca se enteró porque había fallecido en 2013) protagonizó una caída metafórica del régimen chavista cuando una manifestación de estudiantes tumbó y destruyó su estatua en la Ciudad de Zulia. Varios años antes había corrido la misma suerte la esfinge de Saddam Hussein en Bagdad cuando, en 2003, fue derribada por la población -con la interesada ayuda física y emocional de los Estados Unidos- durante la caída de su dictadura. En este caso el aludido sí vió la premonitoria debacle simbólica. Poco más tarde sería ejecutado
Muammar Khadafi, por su parte, había mandado a construir un monumento más poético consistente en su mano gigante estrujando un avión de guerra americano. Pero la poesía no le salvó y la obra fue arrasada por una horda de ciudadanos en Agosto de 2011, semanas antes de su muerte, también a manos de una turba, en un hecho cruento y nada simbólico.
Aunque los datos son esquivos en Rusia, el podio de los tiranos entronizados y derribados está encabezado por Stalin y Lenin, cuyas representaciones monumentales fueron retiradas en decenas de pueblos y ciudades.
La historia se re-escribe insistentemente y una sostenida decisión política impulsada desde el Kremlin ha reivindicado la figura de Stalin y este año, una encuesta de opinión arrojó que “el 70% de los rusos piensan que fue un prócer positivo para la historia rusa.” Tal vez hoy, a diferencia de años atrás, nadie tumbaría su legado.
Descolonización
Cristóbal Colón ha protagonizado innumerables controversias patrimoniales en las últimas décadas, precisamente desde 1992 cuando el gobierno español impulsó “la Conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América” mientras que los propios americanos comenzamos a abordar esa misma fecha como una llegada, una colonización (palabra de etimología nada inocente), una invasión, o un genocidio.
El feriado del 12 de Octubre ha pasado a ser, además de un fin de semana largo imprescindible para llegar a fin de año, el Día del Respeto a la Diversidad Cultural Americana en contraposición al Día de la Raza o la Hispanidad. Este ajuste conceptual se llevó adelante con un decreto emitido por Cristina Fernández de Kirchner en 2010, pero acaba de ser puesto en tela de juicio por el presidente Milei que retomó el Día de la raza.
En 2011 Hugo Chavez -quien, como se mencionó, tuvo sus propias dificultades monumentales- le preguntó a la presidenta Fernández de Kirchner “¿Qué hace ese genocida ahí?” y desencadenó el reemplazo del Monumento a Colón, después de 100 años de firme permanencia, por un homenaje a Juana Azurduy. El nuevo complejo escultórico, fue inaugurado el 15 de Julio de 2015 con la asistencia de Evo Morales, cuyo país había contribuido con un millón de dólares para el homenaje. Colón, por su parte, fue eje de diferentes disputas discursivas y legales que enfrentaron al kirchnerismo con el Pro, desde el desmontaje de la obra, en 2013 hasta junio de 2019 cuando fue reinaugurado junto a sus 600 toneladas en el Paseo de la Costanera, frente al Aeroparque Jorge Newbery.
La figura de Colón también ha sido foco del malestar social en diversas ocasiones y países. En 2020, Estados Unidos vivió el movimiento desatado tras la muerte de George Floyd con agresiones a numerosas estatuas del marinero genovés, incluyendo una decapitación en Boston. Más ordenados, en Chicago, le retiraron institucionalmente del Grant Park por orden de la alcaldesa.
Extrañamente, mientras crecía la resistencia a su legado, Puerto Rico inauguró “el Nacimiento del Nuevo Mundo”, más conocido como la “Estatua de Colón”. Con 110 metros de estatura es la cuarta más alta del planeta y el monumento más grande del continente americano desde su inauguración en 2016.
Parece poco al lado de la colosal “Estatua de la Unidad”, un homenaje a Sardar Patel, considerado padre de la India moderna. Tiene 182 metros y gracias a su pedestal alcanza los 240 metros de altura. Para que nos hagamos una idea, es cuatro veces más alta que la Estatua de la Libertad que ostenta 46 metros, 93 incluyendo pedestal.
El irrefrenable deseo de ajustar la memoría simbólica de la población, tan pendular como los gobiernos, es un conflicto simbólico entre los huéspedes ocasionales del poder y los habitantes plenipotenciarios del espacio público: nosotros.-
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