Henry

Ayer 20 de Marzo se cumplieron seis años de la muerte de mi papá, Henry Tomás Marchiaro. Un tierno. 
Escribí varias veces sobre su partida, siempre con dolor y tristeza.
Esta vuelta es diferente.
El hombre más lindo de la Recta Martinolli, él de los antebrazos de yunque -al que jamás le gané una pulseada- era un tipo de oro, bueno y divertido. No se merece más lágrimas que sonrisas. Por eso lo elijo en esta foto con mi hermano Andrés, sereno y espléndido.

Muchos días, todos, pido que me llame por teléfono y no sucede. Que pase cerca mio con su aroma a papá y me toque con las manos calientes de tanto jardín ajeno arreglado.
Tampoco sucede. Pero sucedió.
Fui un hijo tan querido, tan cuidado, compartimos tanto y estuve siempre tan orgulloso de él, que me sobra. Está en mi tanto que lo puedo ofrecer. Por eso no lo celebré ayer, acá, con unas líneas. Elegí hacer un asado para mis hijos, para mi esposa, y recordarlo entre chistes y un poco de humo. Con una copa en alto, como si fuera ese aro de basquet que espera su "simple" implacable, en la canchita que me hizo al fondo del patio, cerca del río, donde los mosquitos eran mayoría.
En rigor, los que me dan pena son ustedes que no conocieron al personaje más mágico de Argüello, al rey de la conducción preciosista, al que se la trabajaba toda pero estuvo ahí, cerca, dándome el consejo justo, la voz que aun escucho entre tanto barullo.
Sepan, tripulantes cautivos de esta ciudad atravesada por el viento y las fuerzas de la ley que mi viejo, él que se tomaba el 126 para ir a EPEC a las 5:45, él que encendía la C10 con una caricia, era capaz de cortar el pasto con un movimiento horizontal de su zurda y hacía entrar en razón a todos: propios con el corazón, necios con las manos.
Era tan bravo que se fue cuando quiso, que ahora vive dentro mío, en lo que construyo con mis hijos y que, inexorablemente está, cuando la paso muy bien, y cuando la paso muy mal.
Misteriosamente la ternura, por muy frágil que parezca, es el material que más dura.

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