Bodas de Cristal


Acá vamos: bodas de cristal.
Suena frágil pero dura mucho. Dos imágenes para celebrar, en tiempos de zozobra -como ahora- una de nuestras primeras salidas, a Güemes y entre los artesanos, Laura imanta mi corazón durante diciembre de 2000 en un lugar de Córdoba al que siempre volvimos.
Unos años más tarde, un día como hoy de 2005, nos casamos de la mano del Padre Mariani. Él mismo me había dado la comunión, confirmación y bautizó a nuestros hijos.
Ahí está mi papá, mi mamá y un futuro que jamás imaginé: la felicidad hecha amor, hecha persona. El amor que crece y se hace hijos, se hace familia.
Y se los quiero contar en esta intimidad de millones usuarios de facebook: la hemos pasado muy bien, la vida nos ha dado mucho más de lo que imaginé. También hemos sufrido. Necesidades, pérdidas, muertes, angustia, traiciones y presiones... pero juntos, de la mano, abrazados cada noche. Por eso lo transitamos.
Cada mañana elijo a Laura Moreno Ocampo de nuevo, sin duda alguna, para recorrer este valle de mentiras, flores y alaridos... este baile infinito de payasos, penurias, amistades, reveses y lealtades que es la vida.
Mientras derrapo en estas palabras, en nuestra cuarta o quinta casa juntos, baja ella -la más linda del universo- con pochoclo dulce recién salido de la pipoquera, subo el volumen de la Sonata 14 "Moonlight" y me acuerdo de nuestro viaje a Madrid, de los domingos de asados con Andrés, Inés, Paula y Flor; de las veladas cinematográficas en lo de Salzano, del CCE.C y muchas andanzas de la familia entre exposiciones, conferencias y, claro, noches esperando que Laurini cierre una edición más de su revista, una actividad que le obligó a cenar fuera. Pasará una hora más para que llegue a abrazarme.
Mucho más cerca en el tiempo, cada amigo que nos visita, cada discusión y cada carcajada de otras familias que, como nosotros, son hermosamente imperfectas y por eso estamos juntos, en un gran espiral de cercanía y solidaridad.
El amor es una palabra que se silabea en décadas, y se susurra al odio, alguna noche cuando la cabeza está dormida y el oído atento le transmite al corazón, con una claridad beethoviana, que estamos juntos. Desde el presente hasta el incierto futuro.

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