El cuerpo como territorio de conflicto artístico

(Publicada por la sección Cultura de La Voz del Interior, el 22/6/2009)


Yoko Ono acaba de recibir el gran premio en la 53va Bienal de Venecia. Un león de oro que se le otorgó ex-aequo, como reconocimiento a su trayectoria, y a su carácter de pionera de la performance. Lo interesante es que recorriendo los últimos leones de oro que entregó “la Biennale” a performers, artistas de la acción y el cuerpo, el inmeditamente anterior fue para la serbia Marina Abramovic. Abramovic, que lo recibió en 47va edición (de 1997) es unánimemente considerada como una de las más grandes artistas vivas del área. Ahora moviliza a toda la prensa de España con sus trabajos presentados en La Laboral. Por si fuera poco, ya tiene comprometido el importante Teatro Real español.

Las buenas noticias de una y otra ponen de manifiesto un renovado interés por la temática performativo en los altos círculos del arte, a la vez que representan dos escuelas muy diferentes, dos extremos de la actividad. ¿Quiénes son, qué hacen, y por qué están en los titulares globales?

La pacifista odiada

La artista japonesa que carga con la pesada mochila de haber sido la segunda esposa de John Lennon, es para muchos, una María Magdalena demonizada por los apóstoles beatleanos. Actualmente, tiene 76 años, una estupenda colección de sombreros y una guardarropas que sólo incluye un color: el negro. Más allá de su matrimonio, esta afortunada artista (su fortuna está calculada en 800 millones) formó parte del mítico movimiento Fluxus y se caracteriza por obras austeras y conceptuales, donde la idea lo es todo. Alguna vez llegó a organizar un concierto para asistentes que debían imaginar la música. Sus trabajos tiene cierto ascetismo, son limpios, de una poética despojada, con pocos colores y objetos sencillos.

Como performer, activa desde los 60s, trabajó el cuerpo propio y en compañía, generalmente con escasos movimientos, o descansando. Sus obras en conjunto con Lennon tuvieron una trascendencia global que superaron el discurso del arte, como los bed-ins u otras acciones que transmitían paz y propalaban una sensación de tranquilidad y amor en un sentido romántico: un beso, un abrazo, unos cuerpos dulcemente protegidos, encastrados.

Creadora comprometida con numerosas causas nobles, es polifacética y nunca se privó de explorar todos los soportes: películas, discos e instalaciones completan sus trabajos performativos como el que propuso en plena inauguración de Venecia, al tomar a martillazos una silla -sin sombrero pero con gorra- mientras sonorizaba la acción con esos aullidos que son muy suyos, y que en alguna ocasión le sirvieran para colaborar con grupos postpunks como Sonic Youth.

Su mural “promesa”, donado recientemente a Naciones Unidas para contribuir con la lucha contra el autismo es un cielo azul con nubes realizado en 67 piezas que remiten a un rompecabezas. Como particularidad, el puzzle le faltan 2 piezas que, según la propia artista, serán colocadas en su lugar cuando haya un avance significativo en el tratamiento de esta condición. Así es Yoko.

El cuerpo como parte de la mente

Abramovic, por su parte, nacida en Yugoslavia (hoy Serbia), tiene 63 años, se denominó acertadamente a sí misma como “la abuela de la performance” y cuenta una historia potente desde su cuna. Nieta de un santo de la Iglesia Ortodoxa Serbia, que hoy descansa -el abuelo, no Marina- embalsamado en la Iglesia San Sava de Belgrado, sus padres fueron héroes de la Segunda Guerra mundial, con la particularidad de que su madre fue comandante en la armada.

Abramavic puede presumir de una fama ganada a pesar de haber sido una artista maldita, superando cualquier idea preconcebida para el concepto de transgresión. Sus trabajos están marcados por una crueldad, generalmente auto-infringida, que no se priva de utilizar la violencia. Visceral, excesiva, por momentos sanguinaria y hasta escandalosa, la serbia hizo de su cuerpo sólo, desposeído y desnudo un territorio de conflicto social llevado al límite (y lo ha superado) de lo humanamente tolerable.

Como particularidad esta artista no sólo recurre a la fotografía o el video para documentarse, sino que ha conseguido incluir diversos soportes en sus instalaciones amplificando, expandiendo (como dice Jaime Conde-Salazar Pérez) las posibilidades de los espectadores.

Sus primeras obras, Ritmo 10, 5, 2 y 0 fueron iniciáticas y súpercontrovertidas. En plenos setentas, en uno de estos proyectos, quedó atrapada e inconsciente en el fuego de una gran estrella cuyas llamas y humo casi la matan. En otra ocasión, en 1974, utilizó pastillas para tratar la catatonía o enfermedades mentales violentas, sufriendo convulsiones y una parálisis temporal, consiguiendo así situarse en los límites entre el cuerpo y la mente, un rasgo distinto de sus trabajos. Ese mismo año, tal vez en uno de sus trabajos más comentados, puso a disposición del público una serie de elementos como cuchillos, una pistola, balas, etc., para que el público manipulase e interactuase con ella. La virulencia de la respuesta tuvo en ella consecuencias presentes aun hoy.

Al igual que Yoko, también tuvo un período de trabajo en dúo con su pareja. De esa época quedan obras como Death self (1976) cuándo ambos artistas (él se llama Ulay) se besaron intercambiando varias veces el oxígeno de uno a otro, sin agregar aire nuevo, hasta que cayeron desmayados al intoxicarse con el dióxido de carbono. Este trabajo que señala el poder destructivo del otro, fue parte de muchos proyectos que terminaron con The Lovers (1988). Uno de los trabajos más poéticos y potentes de la dupla, que consistió en recorrer durante 90 días en sentidos opuestos la gran muralla china hasta que al encontrase, se separan para siempre. Este proyecto tuvo como abordaje el desgaste físico y emocional de la pareja.


(continúa en Córdoba tiene su marca tatuada)

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