El teólogo de la naturaleza

(Publicado en la Sección de Opinión de La Voz del Interior, el Sábado 14/02/2009)

Con acontecimientos en todo el mundo se celebran dos siglos de Charles Darwin, quien respondió al gran interrogante ¿de dónde venimos?


La celebración de este Darwin day es tan importante porque el padre de la teoría evolutiva ostenta 200 años, y su best seller El origen de las especies, sopla 150 velitas. La efeméride posiciona al maestro en la misma categoría que Sigmund Freud, grandes pensadoresdel SXX. Hipotéticamente deberíamos incluir un economista para cerrar la trinidad, pero hasta tanto no se supere esta crisis global, deberemos dejar bacante ese nombre.

Freud y Darwin nacieron en el siglo XIX, un período esplendoroso al que la fotografía, el cine, y la electricidad iluminaron por el camino del progreso. Pero ambos debieron esperar que el siglo veinte les hiciera justicia ya que la fama acumulada en vida no tiene comparación con la actual popularización cotidiana de sus hipótesis.


Darwin puro

Charles de nacimiento, llegó en la última cigüeña (bicho claramente pre-evolucionista) el 12 de febrero de 1809. Tempranamente interesado en temas de naturalismo, y descendiente en línea directa de abuelo y padre médico, optó por esa carrera cuando tenía 16 años. Como las materias le parecían aburridas y las clases de cirugía espantosas, vagó por el currículum académico gracias a la cómoda posición económica de su familia, sumando méritos con ponencias y publicaciones, pero nunca con las calificaciones. En un momento dado juntó fuerzas para decirle a papá Darwin (un urso de 188 centímetros de estatura y 150 kilos) que abandonaba la facultad.

El segundo intento vocacional de Charles fue la actividad eclesiástica, algo que él mismo recordaría con ironía al decir “Si pienso con qué fervor fui atacado después por los ortodoxos, me parece divertido que algún día hubiera tenido la intención de ser clérigo”.

No está claro quien convenció a quien: si el megapapá que quería liberarse del ecléctico hijo, o el hijo que quería vivir la aventura de su vida, pero lo cierto es que Charles se subió al HMS Beagle comandado por el capitán Robert FitzRoy, como naturalista ad honorem. A pesar de su oscilante formación formal, Darwin fue muy metódico en sus recolecciones, observaciones y anotaciones durante los cinco años que duró la expedición. De las múltiples hipótesis que desarrolló el viaje, la más significativa lo conduzco a pensar que las especies de los seres vivos se habían modificado, durante grandes períodos de tiempo, para adaptarse a los entornos.

A su regreso, y profundizando sus estudios realizó numerosas publicaciones en torno a estos temas, a veces, junto a colegas cuyas teorías convergían con las suyas.

El origen de las especies fue publicado en 1859, y se catapultó como un éxito inmediato, a pesar de sus revolucionarios conceptos. El material despertaba el interés, inclusive, de los ciudadanos comunes que acudían a lecturas públicas. Mientras, la comunidad científica inició un debate que finalizó cuando la genética de Mendel ratificó las grandes directrices de la teoría evolutiva. Sin embargo, en el campo religioso, sus ideas fueron atacadas violentamente desde un comienzo y hasta mucho después de su muerte.

Darwin, además de un pensador y trabajador dedicadísimo, fue un buen padre para sus diez hijos. Su funeral hizo patente el reconocimiento del estado, al ser enterrado entre los grandes de Inglaterra. Hasta acá su hoja de servicios.


Darwin para amar

Pero este contribuyente conceptual del progresismo, proyectó tanta clarividencia en sus trabajos como en su vida excepcional. Tengamos en cuenta que Darwin tuvo una relación intensa con nuestro territorio nacional pues el mítico viaje describió un itinerario que bordeaba la argentina, con importantes expediciones y voluminosos resultados. Además de la actividad científica, se encontró con Rosas –en plena campaña- y de la entrevista sacó varios apuntes, entre ellos la vehemencia del interlocutor y que “la charla terminó sin una sonrisa”.

Además de su período como atrevido expedicionario, su producción fue el punto neurálgico (perfectamente podría ser neurológico) del pensamiento innovador.

Tómese debida nota, como dato relevante, que agotada en un día la primera impresión de El origen… se mandaron a re-imprimir versiones en todos los idiomas europeos, japonés y el bíblico hebreo.

Un dato irrelevante pero revelador es que Engels convenció a Marx de las similitudes entre las teorías de uno y el otro. El segundo, Marx, le pidió que prologara su próximo libro, nada menos que El capital. El convite fue rechazado con el siguiente argumento “Bastantes problemas tengo ya con la Iglesia para añadir otro más”. Ciertamente la Iglesia no le quería, ni le quiso, ni le quiere. Una relación con exabruptos como el juzgamiento en USA, ya en 1925, del libro de Darwin, y un profesor que lo enseñaba. O cuando Bush Junior despreció su teoría. O el hecho que los movimientos radicales híper-extremistas de la fe católica aun lo nieguen. Sin ir más lejos, los lefrevristas, lo ignoran de la misma forma que en algunos casos desconocen el holocausto nazi.

Ta vez menos indignante y probablemente con un registro escasamente riguroso (puede ser un mito que compartirían James Cook, y después el propio Darwin), están quienes dicen que al enfrentarse con los marsupiales gigantes de Australia, Charles preguntó a un nativo como se les llamaba. El aborigen respondió “gangurru”. Que en su idioma habría significado “no entiendo la pregunta”.


Darwin para brindar

Tan explosiva ha sido la figura de Carlitos Roberto Darwin y su hipótesis que los simios son nuestros ancestros, que los hermanos catalanes Vicente y José Bosch, dueños de la fábrica de Anís de Badalona, incluyeron en sus las etiquetas de sus botellas la cara del naturalista más grande todos los tiempos. Pero el retrato del anís tiene dos particularidades. El rostro de Darwin está en un cuerpo de simio, no se sabe si por sarcasmo o marketing, y la mano derecha sostiene un cartel que dice "Es el mejor. La Ciencia lo dijo y yo no miento".

Hablando de ciencia, su imparable camino hacia un futuro de células madres y posibilidades genéticas sigue saltando enfermedades como si se trata de un atleta olímpico en una carrera de obstáculos. Con el tiempo, las condenas o discusiones que parecen tener sentido en estos meses serán puro ejercicio anecdotario, como las protagonizadas por el hombre bicentenario con Rosas o los canguros, en un puñado de años.

Tal vez el asunto sea evitar situaciones como la que relata Ray Bradbury en Crónicas Marcianas “-Tiene razón- dijo el capitán-. Tal vez Spencer y yo hubiéramos podido entendernos (Spencer luce un tiro en el pecho y el capitán es el autor). Pero Spencer y usted, y todos los demás, no, nunca. Es mejor que haya muerto. Páseme la cantimplora”. Presumiblemente, agrego yo, esa cantimplora contenía Anís del Mono.-

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