Un hombre triste y dos relojes perfectos

(Publicado por el Elefante Rosado en su último número de 2008)


Hubo un hombre triste y temeroso que no entendía el arte contemporáneo. Era inteligente, usaba ambos hemisferios cerebrales, pero no obtenía resultados interpretativos.
Alguna vez se enfrentó a una obra del artista cubano-norteamericano Felix Gonzalez-Torres. Este artista activista -muerto en 1996, con 39 años en el DNI- fue el gran maestro de un arte contemporáneo reflexivo, lúdico, poético y conmovedor.
El hombre triste, casi enojado, estaba frente a Perfect Lovers (1991), parado como un enano de jardín. Esta obra del cubano, consiste en dos relojes de pared funcionando al unísono.
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Su hemisferio izquierdo no consigue el menor vuelo creativo. Considera que la obra es imitable, repetible hasta el infinito, y por consiguiente es una burla al mercado del arte. Cree que el artista le regala al espectador la posibilidad que cualquiera posea esta idea, con sólo comprarse dos relojes en la casa china más cercana. En todo caso (tengamos en cuenta que es el hemisferio izquierdista), es una crítica al consumo capitalista. No podrá decir mucho más de esta manifestación elitista, antipática y hermética del conceptualismo.
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Alguna vez, alguien escribió (fue Juan Manuel de Prada que, por ser de derechas, avergüenza citarlo refiriéndonos al hemisferio diestro) que al arte lo entiende cualquiera, pero que pocos llegan a comprenderlo. Que entender el arte es un ejercicio taxidermista, y que comprenderlo es, como si se tratara de un ser querido, dejarse seducir completamente por la obra. Aceptarla tal cual es.
Más allá de las disecciones intelectuales que son propias del hemisferio cerebral izquierdo, con el derecho los dos relojes de cocina -si comprendemos-, si cerramos los ojos, nos susurran el tic-tac vital de esta pareja en un funcionamiento mecánico. Estaremos frente a organismos que se aman e intentan desesperadamente sostener un ritmo único y propio. Reconoceremos a uno de los más grandes homenajes que se le pueda hacer al amor. Al matrimonio. Una ilustración metafórica de “hasta que la muerte nos separe”, cuando uno de los relojes fallará y abandonará a su compañero para perderse en un mar de desincronizaciones agónicas. Luego, la pila del enamorado, pondrá punto final a esa danza conjunta que eran Los amantes perfectos.
Es, sin duda, una obra dramáticamente autobiográfica, si pensamos que mientras Felix ponía en funcionamiento los tiernos relojes, su querido Ross moría de SIDA, habiendo dejado otra cepa mortal en el cuerpo del artista.
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La muerte es un pasadizo oscuro, piensa el hombre enojado, cuando cae de rodillas en el hall del museo, preso de un infarto. Se toma el pecho, sabe lo que pasa, recuerda que está sólo y que es el final. Entiende a Felix, pero es demasiado tarde.
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Nosotros, desde el limbo literario que constituye esta columna que llega a su final, tenemos la verdadera oportunidad de activar ambos hemisferios, bailar la compleja sinfonía de los segunderos y comprender el misterioso tic-tac de la vida.-

(Tomado de Danto y otras fuentes)

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