La cadencia de las flores cuando se marchitan - Sobre Valse mélancolique

Esta semana terminé esta novela pequeña, tan ficticia como histórica. Escrita por Olha Kobylianska en 1898, ha sido traducida por la Valeria Zuzuk, y valientemente editada por Caballo Negro. El cuerpo principal “rebosa gracia y alegría que incitan a bailar” mientras lentamente aparecen los claroscuros de unas mujeres que intercambian sonrisas con un piano. 

Entrados en su lectura, las páginas solteras -como en un vals- se vuelven revoltosas, se deslizan como “un velo desenfrenado escapándose de sonidos luminosos” para adentrarse en la profundidad. La propia autora advierte que estamos atrapados en pasajes opresivos cuando nos dirigimos al fondo. El texto aborda un entramado tejido por tres jóvenes que cruzan el paso hacia la modernidad del SXIX enlazando ilusiones y desenredando realidades. La vocación artística de cada una, en cierta medida, podrían ser las facetas de un retrato único, de una mujer coincidente. Hay una parábola entre ellas que se eleva hasta la traductora en el ejercicio de redactar y traducir, de escribir la época para el lector e interpretar, con la complejidad del verbo hecha literatura, hasta la actualidad. “Arranqué todas las azucenas de mi alma y las arrojé a sus piés, pero él no supo reconocerlas. Creyó que las flores que se marchitan reviven en el agua”, son algunas de las imágenes, de las partituras, que nos conmocionan con dulzura y languidez para que, cuando el alma del lector comienza a comprender la música, unos tonos oprimidos se fundan con el final. El tránsito, casi una escucha, de este libro atemporal atraviesa el momento de lectura y “arrastrá detrás de sí un extenso lazo de frío” que inevitablemente deja conmovido a la persona, al cerrar una edición tan frugal como trascendente.-

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