(Publicado en El transeúnte insomne, Especial para HDC el 27/8/25)
La mujer entrega su última e insignificante pertenencia en concepto de honorarios -casi un souvenir-, y automáticamente es ejecutada. Ser abogado no siempre es grato ni las remuneraciones son abultadas en todos los casos, como leeremos.
Esta semana se celebra el Día del Abogado, históricamente una de las profesiones más elegidas de Córdoba. Este numeroso gremio debe su día a Juan Bautista Alberdi, nacido un 29 de agosto de 1810. Jurista, político y pensador, sentó las bases intelectuales de la Constitución Argentina de 1853. Considerado uno de los máximos referentes del liberalismo –tan vilipendiado por estos tiempos– estudió derecho justamente acá, en Córdoba.
Ni grato, ni gratis
"¿Cuándo sabés que un abogado está mintiendo? Cuando mueve los labios” o "¿Por qué los tiburones no atacan a los abogados? Por cortesía profesional" son algunos de los miles de chistes que habitan la fama ambivalente de la abogacía. Pero más allá del humor, nos sentimos cuidados por tíos y primos formados en leyes que nos protegen contra la injusticia. Mi tío José -merecidamente conocido como “El Doc” es la primera persona que veo cuando el problema crece, mientras que mi primo Nicolás defiende a los inmigrantes de Donald Trump. Las chicas hacen lo propio: mi prima María hace justicia y tanto Carlota, como Consuelo, la reclaman. No es un caso excepcional porque en esta comarca, las familias tienen sus defensores.
La mujer entrega su última e insignificante pertenencia en concepto de honorarios -casi un souvenir-, y automáticamente es ejecutada. Ser abogado no siempre es grato ni las remuneraciones son abultadas en todos los casos, como leeremos.
Esta semana se celebra el Día del Abogado, históricamente una de las profesiones más elegidas de Córdoba. Este numeroso gremio debe su día a Juan Bautista Alberdi, nacido un 29 de agosto de 1810. Jurista, político y pensador, sentó las bases intelectuales de la Constitución Argentina de 1853. Considerado uno de los máximos referentes del liberalismo –tan vilipendiado por estos tiempos– estudió derecho justamente acá, en Córdoba.
Ni grato, ni gratis
"¿Cuándo sabés que un abogado está mintiendo? Cuando mueve los labios” o "¿Por qué los tiburones no atacan a los abogados? Por cortesía profesional" son algunos de los miles de chistes que habitan la fama ambivalente de la abogacía. Pero más allá del humor, nos sentimos cuidados por tíos y primos formados en leyes que nos protegen contra la injusticia. Mi tío José -merecidamente conocido como “El Doc” es la primera persona que veo cuando el problema crece, mientras que mi primo Nicolás defiende a los inmigrantes de Donald Trump. Las chicas hacen lo propio: mi prima María hace justicia y tanto Carlota, como Consuelo, la reclaman. No es un caso excepcional porque en esta comarca, las familias tienen sus defensores.
La balanza y el búho
Más allá de la familiaridad, podríamos contrarrestar tantos chistes de abogados recordando que Nelson Mandela y Mahatma Gandhi fueron abogados. Sus luchas se ilustran con la balanza de la justicia, representación de equilibrio e igualdad, o mediante la figura del búho que es sabio, prudente y observador.
Otro símbolo menos conocido del oficio es el abanico, venerado por los abogados franceses. Un emblema de la legítima defensa, especialmente en la adversidad.
Más allá de la familiaridad, podríamos contrarrestar tantos chistes de abogados recordando que Nelson Mandela y Mahatma Gandhi fueron abogados. Sus luchas se ilustran con la balanza de la justicia, representación de equilibrio e igualdad, o mediante la figura del búho que es sabio, prudente y observador.
Otro símbolo menos conocido del oficio es el abanico, venerado por los abogados franceses. Un emblema de la legítima defensa, especialmente en la adversidad.
Gestos reales
En plena revolución francesa, María Antonieta -y a diferencia de su esposo Luis XVI que dedicó meses a su caso con sus abogados-, preparó su juicio en unas pocas horas con un defensor público. Finalmente, un otoñal miércoles 16 de octubre de 1793, antes de pasar por la guillotina, la reina depuesta dejó dos gestos memorables. Al ascender a la plataforma accidentalmente pisó el pie del verdugo y dijo "Perdón, señor, no fue mi intención", una demostración de cortesía más allá de las circunstancias. Y antes del verdugo, se despidió de su abogado, que había intentado una defensa sabiendo que el juicio tenía la condena escrita desde siempre. "Abogado: le agradezco que haya asumido una causa que sabíamos perdida. Usted me defendió a pesar de los riesgos, peligros, molestias y amarguras. Lo hizo con lealtad y valentía. Y sobre todo con desinterés, pues sabía que todos mis bienes fueron incautados y no poseo nada.” Luego le dijo “Le entrego mi única propiedad: este abanico, que es toda mi fortuna, y deberá cubrir sus muy merecidos honorarios".
En plena revolución francesa, María Antonieta -y a diferencia de su esposo Luis XVI que dedicó meses a su caso con sus abogados-, preparó su juicio en unas pocas horas con un defensor público. Finalmente, un otoñal miércoles 16 de octubre de 1793, antes de pasar por la guillotina, la reina depuesta dejó dos gestos memorables. Al ascender a la plataforma accidentalmente pisó el pie del verdugo y dijo "Perdón, señor, no fue mi intención", una demostración de cortesía más allá de las circunstancias. Y antes del verdugo, se despidió de su abogado, que había intentado una defensa sabiendo que el juicio tenía la condena escrita desde siempre. "Abogado: le agradezco que haya asumido una causa que sabíamos perdida. Usted me defendió a pesar de los riesgos, peligros, molestias y amarguras. Lo hizo con lealtad y valentía. Y sobre todo con desinterés, pues sabía que todos mis bienes fueron incautados y no poseo nada.” Luego le dijo “Le entrego mi única propiedad: este abanico, que es toda mi fortuna, y deberá cubrir sus muy merecidos honorarios".
Símbolo del compromiso
Es verdad que las decapitadas no necesitan refrescarse, pero el abanico simboliza toda la riqueza real en un sólo objeto. Por eso se exhibe en el vestíbulo de la barra francesa de abogados en París, y es emblema de la profesión. Se trata de un símbolo del compromiso con la defensa, aún en causas perdidas, aún cuando el cliente no puede pagar, aún cuando defender es un peligro.
Ese gesto final de María Antonieta –entregar su última posesión como pago de honorarios– simboliza el vínculo sagrado entre el abogado y su defendido. No importa si la causa es popular o impopular, si el cliente es poderoso o desposeído, la defensa se ejerce para que haya justicia. Como autor casi insolvente, también resaltó este dato para que sea tenido en cuenta por Amadeo, nuestro abogado.
Es verdad que las decapitadas no necesitan refrescarse, pero el abanico simboliza toda la riqueza real en un sólo objeto. Por eso se exhibe en el vestíbulo de la barra francesa de abogados en París, y es emblema de la profesión. Se trata de un símbolo del compromiso con la defensa, aún en causas perdidas, aún cuando el cliente no puede pagar, aún cuando defender es un peligro.
Ese gesto final de María Antonieta –entregar su última posesión como pago de honorarios– simboliza el vínculo sagrado entre el abogado y su defendido. No importa si la causa es popular o impopular, si el cliente es poderoso o desposeído, la defensa se ejerce para que haya justicia. Como autor casi insolvente, también resaltó este dato para que sea tenido en cuenta por Amadeo, nuestro abogado.
Ilusión en Córdoba
Sentados en una mesita del Bar Monserrat, al sol de la calle Trejo, con dos cafecitos recién servidos, María Antonieta sufre dolor de cabeza e intenta consolar a Alberdi, que anda triste. A él, que dedicó su vida al pensamiento jurídico, no le pesa tanto la persecución política como la chanza de un vendedor de medias "dotor ¿Cuál es la diferencia entre un abogado y un buitre? El abogado gana millas de viajero por volar".
Distante, tal vez frívola pero educada, ella recuerda que el humor acá en La Docta, además de dibujar sonrisas apuesta por la condición absurda de la ironía. Los custodios de la justicia defienden lo indefendible, buscan argumentos donde otros ven solo condena y sostienen la ilusión, inclusive, en los casos más desesperanzados.
En tiempos cuando los débiles están indefensos frente a las grandes corporaciones y los estados insensibles, símbolos como el abanico destacan la dignidad de la profesión. Los abogados cargan con el peso de ser intérpretes de la ley en una sociedad sin partituras para la justicia. Escriben el dolor en un expediente, proclaman la inocencia en una apelación, y ejecutan la esperanza en cada alegato. Una sociedad con expectativas de justicia incumplidas -más allá de los chistes- le presta atención a Alberdi que, en su mesa de café peatonal, propone "Si queremos ser libres, seamos antes dignos de serlo”.-
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