La improbable desaparición de Paul Auster

Hace dos días pasó a la inmortalidad Paul Auster, el escritor del azar.
Los que tenemos más de 40 le leímos incansablemente en ediciones de colores -o los codiciados ejemplares de la colección amarilla- en Anagrama.
Sea del color que fuere, siempre le entramos con una voracidad ajena a su literatura. Es que Auster (nacido en Nueva Jersey un Febrero de 1947 pero neoyorquino desde el comienzo de los tiempos) tiene una melancolía elegante que jamás se rebajó a pulsiones banales como la desesperación, u otras formas de desenfreno.

Sus personajes -si es que hubo más de uno- son sorprendentes pero sin estridencias. Habla de su escritura musical, llana pero trascendental, que gustaba a lectores de colectivo e intelectuales por igual. Resulta prácticamente imposible redactar unas líneas para destacar a unos de los autores más importantes de la literatura americana sin mencionar algunos de sus libros, trámite que se podría dejar zanjado con la trilogía de Nuevo York, pero agregaremos La música del azar y Brooklyn Follies, como aporte personal.
Auster tenía debilidad por ciertas causas y militancias como el enamoramiento con su máquina de escribir, el tabaco, las cámaras de fotos que decían “clack”, y otros artefactos que hacían (porque cada vez son más infrecuentes) memoria. Este compromiso con una forma de ver la vida -porque “La muerte no es el único verdadero árbitro de la felicidad, sino que es la única medida por la cual podemos juzgar la vida misma” se extendieron a sus posiciones políticas, siempre en la vereda correcta y enfrentado a la barbarie. No pocos países se quedaron sin su visita por falta de calidad democrática, así diversas personalidades-como Donald Trump- recibieron su repudio.
Auster hizo libros de poesía y películas tan cotidianas como exquisitas (por caso Smoke) y todas ellas surgen de un sólo cuaderno rojo que tiene escrito el código de casualidad y su zigzagueante itinerario del destino. Un destino que siempre tiene el abrigo de la ciudad. Todas las ciudades.
Sus obras tienen esa condición indeleble y sobriamente onírica que persiste y se reproduce en la memoria por lo que ya está esparcida, no como cenizas, sino como un puñado -justamente- de recuerdos que habitan en la conciencia de los lectores.-

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