Artes crueles

Este fin de semana vimos Bellas Artes, la serie de Mariano Cohn y Gastón Duprat que se mete de lleno en el mundo de los museos y la gestión cultural. Son seis capítulos que se pasan perfecto en una noche de sillón y cabernet. A los dos celebrados autores les queda cerca el mundo de la cultura, igual que a Oscar Martinez, puesto que ambos han dirigido El artista (2006), El hombre de al lado (2008), y El ciudadano ilustre -con Martinez- (2016). También Competencia Oficial (2021) -e inclusive la serie Nada (2023) orbitan la zona temática.
Lo primero: la serie es divertida y está muy bien resuelta cinematográficamente. Todos los debates posteriores son valor agregado para una saga que promete más temporadas, y se puede ver en familia. Luego, el personaje principal y casi excluyente es un verdadero monstruo al que el guión trata con más piedad de la que se merece. Cínico y desalmado, su sensibilidad -en el mundo de los sentidos y sentimientos- es nula.
La intención de denunciar las tendencias actuales en materia de militancias, naturalmente muy activas en el campo del arte, desconoce que también esa posición tradicional ha sido mayoritaria hasta hace poco, sino lo sigue siendo. Señalar, exponer y ridiculizar a los artistas, colectivos, y otros integrantes de la cadena de valor del arte funciona a los efectos de un guión simpático, pero ignora que históricamente esos mismos sectores fueron, y son, marginados de forma sistemática.
Los otros integrantes de la trama, aristócratas devenidos en artistas pedantes, curadores que viajan todo el tiempo emperifollados en ropa cara y de diseño, enfants terribles que son hijos de millonarios, y delegados gremiales enquistados, proyectan una imagen falsa de un mundo en el que hay una amplia mayoría de trabajadores que estudian y se esfuerzan muchísimo.


Mientras que la serie pinta un mundo de posiciones afectadas y banalidad sostenida, una burbuja de despilfarro e hipocresía, el sentido común está representado con un monstruo cauterizado -inclusive- al amor familiar. A manera de ejercicio, invito a todos a cualquier museo de Córdoba donde personas delicadas hacen su trabajo con la misma pasión que en una escuela u hospital.
Algunas de las entrevistas que han dado los autores y el protagonista chorrean sus prejuicios desde la ficción hasta la realidad en ese deliberado recorte grotesco de un mundo que también está edificado con ideales nobles, compromisos sociales, y relecturas de la historia, asunto imprescindible para avanzar como sociedad, aunque en la serie el público, las personas, sólo aparezca para celebrar “la estupidez humana”.
Diego Lerer, escribió en clave política, sobre los autores que “Si se quiere entender porque Javier Milei es el presidente de este país solo hace falta ver sus series, plagadas de misantropía, desentendimiento por el sufrimiento o los problemas del otro…” en todo caso la asimetría de la crueldad con el arte nuevo, la ridiculización de los trabajadores de la cultura es algo que también hay que decir de esta serie graciosa.-

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