El final de las cosas

(Publicado por el Diario Hoy Día Córdoba 16/11/22)

Escuchalo en un Podcast dando click aquí.↓
 

    El título de esta nota es ideal para describir ese misterioso lugar donde descansan todos los encendedores que perdiste, esa dimensión llena de libros desaparecidos y llaves de la casa paterna que se extraviaron durante la adolescencia. Un espacio secreto tapizado con los billetes de diez que pusiste en el bolsillo de atrás del jean y nunca aparecieron.
Pero no. Vamos a escribir sobre el desvanecimiento de las cosas y la caída en desgracia de los objetos, con la correspondiente y trágica disociación de su significado.
Una cosa es lo contrario de la nada y -dato no menor- la existencia misma se concentra en la enunciación de ese objeto. Se habla de una silla y sabemos con cierta certeza algo de su forma y condición para recibirnos y asentar el cuerpo.
Por el contrario, se ha impuesto la idea de que un cuaderno es un blog. Pero no es cierto.
Y, volviendo a los libros, no son un archivo de kindle sino que por definición tienen lomo y, al separar sus hojas por primera vez aparecerá -como entre las piernas de un amante- un excitante aroma.
El aparato telefónico (me refiero a la cosa negra, grande, pesada y sólidamente sonora) es otro objeto en peligro de desaparición. Le ha heredado su sentido a otro elemento que ahora se llama teléfono pero es liviano y rectangular. La suplantación ha llegado a tal punto que ya no hay teléfono en una casa, y esa misma casa está llena de teléfonos. Estos últimos funcionarán al deslizar el pulgar por un vidrio mientras que sus extintos homónimos invitaban a meter el dedo en el agujerito para comunicarnos.
¿Han notado que las personas ya no atienden las llamadas? Ahora es preferible hablar sólo: uno de los efectos secundarios de la desaparición de las cosas.

También los juegos se evaporan.
Por más excitantes que resulten las tardes con la playstation, y que se pueda jugar con un amigo que vive a mucha distancia, una pelota verdadera tiene un peso ligero pero hará doler en formato de pelotazo. Y, para buscarla de la casa del vecino, hay que hacerle piecito al hermano. Si la llevás a la plaza -a la pelota cosa, no a su híbrida versión electrónica- deberás tener cuidado que no se pierda porque mamá te mata. Y otra tarde en esa misma plaza (hablando de hurtos), te robarás un beso y no habrá emoji que se le asemeje.
La cosa beso existe y es ardor en la panza. Todo beboteo por Instagram no podrá suplirlo, y nace condenado a ser un Uber de los besos.

Las cosas, en su caparazón de realidad, atraen y condensan los significados porque los recuerdos le nutren de existencia. Y esta es una facultad que los nuevos falsos objetos no pueden ofrecernos en su tacto sin erotismo ni memoria. Se los aseguro, más allá de todos los megas que tengan.
Otro ejemplo habitual en una plaza es la cosa cielo. Se trata de un concepto maravilloso y cinematográfico, cuya condición infinita, e inusuales colores, nunca podrá ser representada por Google Earth.
Byung-Chul Han, en su inspirador No cosas considera que la firmeza de los objetos está en un proceso de volatilidad con la consecuente pérdida de sentido. El tiempo es una buena metáfora de este proceso: Su reemplazante contemporáneo se ha devaluado porque queremos ahorrar tiempo y -como nos pasa con la moneda nacional- no se puede.
El tiempo ganado de antes, haciendo fiaca en la cama o visitando a tus amigos, ahora es tiempo perdido. La embotelladora de recuerdos recorre el día y la semana como si fueran desiertos en el tiempo sin memoria que el calendar de Google nos recuerda.

Pero lo mejor viene ahora: el reloj es el objeto que contiene el tiempo y, por ello, un bien aspiracional histórico. Todas las personas han querido poseer una máquina del tiempo trascendental, única, de buena y probada durabilidad.
En la actualidad el tiempo ha perdido toda la elegancia rigurosa y afilada de sus agujas en favor del supuesto beneficio funcional y, los nuevos smartwatches nos informan de mensajes recibidos, cantidad de pasos dados u otros aspectos, desde una superficie desnuda pero sin obscenidad alguna. Inerte.
Las personas hemos demostrado nuestra existencia con documentos y fotografías. Su desvanecimiento -ilustrado prematuramente en la película Volver al futuro- jackea los recuerdos al reconvertirlos en información virtual -lo que lisa y llanamente- no es real.
Las fotografías ya no gozan del prestigio que otrora les permitiera documentar un hecho y hasta los portarretratos renacieron en formato de pequeñas pantallas que emiten imágenes cuya veracidad es tan ficticia como cualquier meme.

La belleza coleccionada
Este profundo cambio de paradigma diluye la posesión -que históricamente fue una relación total entre objeto y sujeto- para reconvertirlo en archivos y programas de interpretación cuya posesión es imposible. Todo se nos escapa de las manos mientras la luz ya no es una realidad, sino una posición del brillo, y la ubicación no es el fruto de un viaje sino un dato de google maps.
Un disco dejó de ser -ya hace bastante- canciones sucesivas impresas y la música se fue volando por ahí. Suena poético aunque es el final de los elepés como obras.

La belleza coleccionada
Las cosas son tan hermosas como misteriosas dado que su confección es algo que se nos escapa por completo. Una improbable combinación de átomos, recuerdos y significado construyen las cosas, recipiente inmanente de la belleza.
¿Será que en el futuro no habrá cosas salvo aquellas que reunieron los coleccionistas? Discos, autitos, pipas, son relatos de una existencia posible, una forma de arte consistente en aferrarse a la realidad de las cosas y su potencia matérica. Es que, como las botellas de vino, o los sombreros, un conjunto de cosas se unen contra la obsolescencia esquizofrénica de un capitalismo que manda a consumir, aunque ya no nos entregue algo a cambio.
Lo dijo Benjamin: un coleccionista es todo lo contrario a un consumidor. Es un intérprete del destino, alguien que desprecia la utilidad y se interesa en la historia. Un fisonomista de los objetos que al tomar una cosa en sus manos puede entenderla en su unidad al conjunto.

Comentarios