Remo Bianchedi: Pintar la verdad

(Una entrevista para la Revista Desterradxs de Agosto 2022)

El invierno es la estación más impresionista de las sierras. Probablemente se deba a las ondulaciones que le aporta su brisa vespertina. La luminosidad ambiente reverbera en los ocres, grises y dorados haciendo vibrar el cuadro visual. En esta parte del año sube el volumen cromático y la orquesta de colores confunde sus formas en una única sensación: estar en el lugar adecuado.

Obnubilado por el ritmo ventoso del paisaje en La Cumbre, ascendés hacia la falda serrana y dejás el auto en un cul de sac donde vive uno de los artistas más importante del país.

Bianchedi lo disimula agazapado en el murmullo de un arroyo que abraza su casa desde lo bajo. 

Para llegar a verle hay que descender por una escalera de piedra. Ahora habita un mudo interior, más denso, debajo de su antigua casa. 

Hay un punto de tensión exactamente antes de golpear la puerta que te detiene: el pequeño curso de agua hace gárgaras con diferentes voces que ocultan palabras. Llegan arrastradas por un viento brusco que antes fue brisa y ahora sacude la flora con una violencia innecesaria. La temperatura ambiente bajó junto a vos, cada escalón, y una nube de color canoso acaba de quedar enganchada en la montaña. La siesta se oscurece y surge un detalle: él siempre estuvo ahí, en un mensaje, en una llamada, pero hace años que no conversan. Una emoción agridulce llena tus venas y se refleja en un apretón involuntario al cogote del vino que llevás. 

Pasa un momento impreciso, te decidís a ingresar y la puerta se abre. Exactamente en ese momento el sol elude la viscosidad del cielo e ingresa con alevosía en la casa. Se impone un una ceguera y el encandilamiento termina cuando el chamán del arte te mira con la misma serenidad que te abraza. Seguidamente su voz madura indica donde sentarse, como acomodar el sol y cuál es el volumen adecuado para el arroyo.

Unas copas más tarde te contará que él eligió esa parte del mundo por recomendación de Miguel Ocampo, pero lo cierto es que esa parte del paisaje lo eligió a él. 


Remo Bianchedi es un mentalista del arte. Sin embargo se siente un clandestino, y cita a Duchamp “el artista contemporáneo debe ser clandestino”. De esta manera explica porque decidió recluirse en La Cumbre en 1989 y dejar atrás al mundo. Al menos “a ese mundo”, señala, estirando la pronunciación y el significado del adjetivo determinativo para que su interlocutor lo rellene con un sentido político, artístico… ideológico. 

Bianchedi transitó más de un año sin pintar, una situación que nunca le había sucedido. Sus nuevos trabajos son un giro trascendental en su carrera.


- Un día le digo a María Eugenia, mi esposa, voy a empezar a pintar de nuevo. Y lo hago. 

Es arte abstracto porque se refiere a ideas abstractas, pero lo considero pintura no objetiva. 


Horas después, esa misma tarde, tendrías el privilegio de enfrentar sus nuevas pinturas que son la subversión de toda su obra previa. 


-Venía produciendo con mucha pasión y deseo antes de la pandemia. Estaba haciendo una serie que se llamaba calma, como mensaje a un mundo enquilombado, enfocada en los atardeceres. Más precisamente en el concepto del atardecer, y un día se cortó. 

No pude seguir. Esperé y me refugié en las lecturas, en la filosofía, que me acompaña hace décadas. 

Me sentí profundamente sólo y me di cuenta que las únicas herramientas que tenía eran los libros. Creo que soy, esencialmente, un lector. 

- Hace un tiempo noté que una cosa es la representación, y otra es la reconstrucción. Entonces recurrí a las conferencias de Joaquín Torres García -pintor moderno y fundador del universalismo constructivo- y tomé de él varios conceptos. Me quedé impresionado al entender que el realismo trata de imitar un modelo y generar una ilusión, pero esos cuadros no tienen nada que ver con la verdad.

- Y yo creo que la pintura tiene que ver con la belleza, el bien y la verdad. Volví a la pintura intelectualizando, porque estoy sereno, y ese es el mejor estado. Aún mejor que la felicidad. 


El pintor es una figura emblemática del arte argentino desde hace décadas. 

Se ha reconfigurado en diversas ocasiones: viajero incansable, ganó relevancia en el ambiente nacional durante los años ochenta, y se volvió un refugiado de los tiempos vacuos en los noventas. Sin habérselo propuesto, a finales de esta misma década fue una referencia para una generación, cuando el desborde social del país se transformó en desconcierto total.

Entonces -como ahora- “se habían agotado todos los paradigmas: dios, la política, la polis… Seguramente por un mismo clima sociohistórico, ahora estamos hablando con él. 

Sabemos que las certezas se volvieron líquidas, pero la calidez de tu voz y la fortaleza del tabaco en su garganta, garantizan su condición visionaria. 



¿Porqué empezaste a pintar?

- Yo tenía la absoluta convicción que mis dibujos cambiarían el mundo. Empecé a los 14 años y fui contemporáneo de los grandes. Entonces el arte era una opción contra el materialismo. Ahora la desesperación por el dinero ha creado una sociedad de miedo y, como resultado, las personas están asustadas. Yo no tengo miedo porque mis dibujos no cambiaron el mundo pero me cambiaron a mi. Y puedo preguntarme ¿Cambiar el mundo? ¿Cómo? ¿Qué aspecto debería tener?


Infancia y el regalo de la pintura 

- Yo no terminé el secundario. Desde un primer momento estuve enamorado del dibujo. 

Mi papá era un arquitecto racionalista y, para un cumpleaños, me regaló mis primeras acuarelas. También me enseñó a pintar. 

Desde entonces dibujé todo el día, todos los días. El arte fue tan absorbente que el colegio perdió toda importancia. Llegó el momento de buscar un mentor y fuimos -una vez más con mi papá- al atelier de un maestro. Esta persona miró todos mis trabajos sentado en un sillón púrpura y, luego de un silencio, sentenció “vos nunca vas a dar frutos”. 

Yo dibujaba con tanta vehemencia que, al salir de ese lugar le dije a mi papá “me acabo de dar cuenta que tengo que ser pintor”.  Fue un tiempo inquietante. Busqué en todos los artistas de esa época recursos, ideas, técnicas, con voracidad. 


Los sesenta. Rechazos y aprendizaje 

- A los 16 años seleccionaron mis trabajos en un concurso y, por primera vez, apareció mi nombre en un catálogo. Un año después, en 1967, fui seleccionado por el Instituto Di Tella para el salón del Premio Braque -que era muy codiciado por incluir un viaje a Europa-. 

En la entrega de distinciones, los elegidos rechazaron a las autoridades y les tiraron huevos en protesta por la guerra de Vietnam. Aunque no gané, obtuve una recompensa: apartarme de lo absurdo y comprender qué quería del arte. Como el mentor frustrado en el sillón púrpura, aprendí más con la vida que con los éxitos.

- A finales de ese año me fui a la selva de Pucallpa en la Amazonia peruana, influenciado por Burroughs y Ginsberg. Después de un año y medio volví. Había cambiado para siempre y ya en Buenos Aires, no podía dejar de ser un indio.


Arte y política: los años setenta

- Vivir en la capital se hizo imposible. Tratando de volver al paisaje, me instalé en Jujuy donde me casé y tuve tres hijos. Volví a pintar y me integré al circuito nacional del arte. En 1972 ya protagonizaba muestras individuales.


Experimentos con la verdad

- Yo milité. Perdí mi juventud militando. En rigor transité las épocas normales en una persona y, pensándolo bien, no fue una pérdida porque aprendí mucho. Sin embargo debí renunciar a muchas cosas. Una vez más entendí que el arte no cambia. Es el mundo lo que cambia y, gracias al arte, sabemos del hombre. 

- En esa época dije “si no pinto, mato”. 


Al volver a la grabación, ese momento se extiende durante un silencio profundo. La naturaleza y los objetos de la casa se inmovilizan y, pasado un momento extenso, la botella de vino borbotea otra ronda. 

Remo vuelve a la palabra:

- Me arrepiento de esa idea. Estaba neurótico. Y no tenía que ver con el arte. A la neurosis te la metés en el culo, me dije entonces.Muchas veces más me impuse esa instrucción.

Patee la pelota y se fue lejos. Después, lentamente, terminó entrado en el arco.

- En ese tiempo empecé a buscar todas las becas que había, me quería ir del país. 

- Extrañamente, sabía que iba a volver.


Su ánimo de viaje interior, en lugar de impulsar la pelota, terminó inclinando la cancha. 


El exilio. Beuys y un nuevo comienzo

- Llegué a Alemania sin saber una palabra de alemán. Ni siquiera conocía la nieve. No lo hubiera elegido pero el destino me puso en el mejor lugar. Y eso que había salido de Argentina derrotado.

Dejé atrás mi carrera y empecé de nuevo. Quería devorar todo. Recuerdo haber tenido clases de tipografía y sentir, en cada letra helvética, que estaba haciendo un ejercicio espiritual. 

Tu carrera dio un vuelco a finales de la década

En Alemania, con Joseph Beuys, encontraste un nuevo rumbo. 


- La institución donde estudié me regaló la oportunidad de trabajar con Beuys. Mi primera experiencia fue un seminario inmersivo, que además era la prueba viva de un estado poderoso, presente y socialista. 

En sus clases fumaba y hablaba sin parar durante ocho horas ininterrumpidas. Él y sus ideas me shockearon: hasta hoy recuerdo cuando dijo “toda persona es un artista”. 

Era un místico. Un antisistema que el claustro había excluido por su decisión de darle ingreso irrestricto a quienes quisieran asistir a sus clases. 

- En un espacio menos académico, Beuys dictaba seminarios intensivos. En las comidas, no sólo estaba con nosotros sino que nos atendía. Tenía gestos chamánicos.

Me impresionaron mucho los talleres de arte y feminismo, o de arte y política. No hay que perder de vista que se trataba de la década de los 70s. 

- De todas esas experiencias, me quedó la certeza de que el arte es independiente. O, al menos, paralelo a la realidad.


- Algunas de mis obras actuales se basan en unos cuadrados que se dividen y combinan entre sí. Hace unos días, una persona me dijo “a esto lo puedo hacer yo” y me pareció magnífico. De eso se trata. No es una planta u otro objeto, es el paso del realismo a la espiritualidad. 

Pienso en las obras de Rothko, gigantescos rectángulos velados que al verlas, te afectan, te cambian.

Ese tiempo en Alemania y la cercanía con los maestros me dejó una marca permanente.


El artista emite una tos sentida, que parece dibujada por Picasso, mientras te mira fijamente. Su hogar es el ámbito de exhibición de su aliento firme. Vuelve a reflexionar sobre esos años,  el arte y su vínculo con el cosmos.

- El Guernica no cambió el mundo, es un testimonio hermoso que dio el arte sobre el mundo. 

- De hecho yo vivía en España cuando Estados Unidos devolvió el Guernica. Y presencié la cola para ver la obra en el museo. Había mozos, señoras con carritos… el pueblo. Muchos habían guardado el recuerdo de ese lienzo como acto de resistencia y lo estaban redimiendo en esa visita. Era un sentimiento vivo, una emoción colectiva conseguida con métodos tan modernos como el blanco y negro. 

Su llegada a España cauterizó una herida de la sociedad, porque el símbolo se transformó en el rito del público presente. Si partís del espíritu como modelo -y no de la realidad- hacés cosas diferentes.


Los 80s en Buenos Aires. Regresos

- Yo regresé a Argentina en 1983 y me desilusioné mucho. Había un bullicio que se diluía, todo estaba muy cambiado. La gente, y sobre todo los artistas habitaban una especie de democracia mal vivida. Había, especialmente en Buenos Aires, una suerte de banalidad que se traducía en actitudes funcionales. Y mucha droga. 

En cierta medida, consideraba que la casa no estaba en orden. 

- En ese entonces mis cuadros tenían palabras escritas. Sugerencias para mí, para los espectadores, para el mundo. De a poco fueron diluyéndose porque no estoy atado a un estilo. El estilo de un pintor es su pensamiento. 

Por eso yo no cambio, es el devenir que opera sólo. Como la decisión de dejar la capital, en 1989. El sistema no cambió, pero yo sí pude cambiar ese conjunto de prácticas -que es un sistema- para mi.


Ser un clandestino: Los noventa

- No tengo nada que callar. No tengo nada que tapar. Porque comprendí.

Desde su llegada a La Cumbre me preocupé por leer mucho. 

Fue un proceso gradual donde me desprendí de cierto mundo del arte, sus ferias, galerías y vernissage. Un ejemplo claro del fracaso del capitalismo. 

- Sentí que eso había caducado. Al menos dentro mio.

- Empecé a estudiar filosofía, a imponerme un tiempo para incorporar conceptos. 

Me dediqué a buscar un régimen de soledad. 


Se produce un silencio angustiante porque espero una definición, otra sentencia pero el artista elige cuidadosamente una papa frita y se la come con lentitud y elegancia. 

Vuelve al tema de conversación predilecto, leer. 


- Tengo algunas costumbres, como el tabaco o un fernet cuando vienen visitas. De hecho, cuando hay, disfruto de la marihuana. Ablanda los ángulos. 

No lo dice pero pareciera referirse a la historia, más que a la geometría.

- Desde que vivo en La Cumbre leo todo, hasta la guía de teléfonos. A La Ilíada llego todos los años y siempre es diferente. Los griegos, en general, son mis autores más consultados. A los libros no los elijo, me llaman. Leo todo el día, me alimento y contrasta con lo contemporáneo que es tonto. Gris, pero un gris sin blanco ni negro. 


El Siglo XX y su ridiculez

- Mucha de la escena de arte actual es imitativa, decorativa. No hay un Alberto Greco que vuelca conceptos en una tela, ni un Pollock que manche la realidad. La única voluntad vigente es agradar. Desde luego, hay muchas excepciones, acá cerca están Di Pascual o Peisino: personas convencidas de lo que hacen. 

- Lo que veo lo creo y, si me enfrento a una película de guerra, no duermo esa noche. Justamente por eso, también, veo obras contemporáneas y no les creo. Muchos de sus compromisos políticos y militancias son increíbles para mi. O desafortunadamente desconcertantes, ridículos. 

- En estos años me ha chocado mucho la ineficacia del mercado del arte. Todo es oferta y por consiguiente no funciona. 


Por un momento hablamos de las emociones. 

-Transmitir emociones sólo es posible si hay un pensamiento por detrás, el artista la decodifica y la presenta como una obra.

- Abrís un canal para que pase el agua y, ese agua que va pasando es emoción. Para que el agua, o el arte pase, alguien la midió, estimó, y ejecutó. Ese es el trabajo del artista. 


Remo lo ilustra con la visita de su gasista, un grandote que garrafa en mano, que tuvo el privilegio de ser una de las primeras personas que accedió a la nueva producción del artista. Consultado por el autor, el gasista sólo pudo decir que estaba muy emocionado. 


Recién entonces noto que toda la tarde hubo un clima espiritual y que, además de la conversación, la música estuvo presente. 

Remo me ilustra. 

Josquin des Prés es un músico renacentista de profunda raíz polifónica y trascendental. Místico y vocal extrañamente consigue ser un autor abstracto. 

Aunque no cree en Dios, Remo es un hombre de profunda espiritualidad.


Ahora: Movimientos reducidos

Remo tiene problemas en sus piernas. Le resulta complejo movilizarse.

- Cuando empecé a sufrir dificultades para desplazarme, cuando las piernas dejaron de funcionar correctamente, sentí una  frustración enorme. Pero entendí que esto me pasó por fumar mucho. Un cuerpo se enferma y también se cura. La mente es igual.

Extrañamente no soy adicto a los puchos. Soy afecto a los ritos y a las ceremonias, como liar un cigarrillo. Como estar conversando con vos, ahora.

Acaricia su barba lentamente.

Todo está en mi. La aceptación es un momento trascendental en la vida de un hombre y lo he transitado. He dejado un testimonio. He zafado de la decadencia y, a los 72 años, he sostenido mi compromiso con el arte con la misma vehemencia y rigor que lo inicié. 


Su nueva producción me deja completamente desencajado. Conmocionado.


La serenidad y fortaleza me inquietan.

Le doy otro abrazo. 


El polvo en suspensión me anuncia que he dejado ese lugar vital, profundo y fértil que es la cercanía con Remo Bianchedi, el artista que experimenta con la verdad.-


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