Una mitología para las redes sociales

(Publicado por el diario Hoy Día Córdoba el Miércoles 4 de Noviembre de 2020. Tomo prestadas sus tremendas ilustraciones) 

Como todo universo que se precie de tal, la infosfera tiene sus divinidades y acá las presentamos.
La imposibilidad de estar ahí, de viajar y ver la realidad con nuestros propios ojos, ha conferido una contundencia excesiva a los dichos luminiscentes de la pantalla. 
El celular y sus órganos sexuales, las redes sociales, nos cautivan. Traducen la vida e inclusive son los peritos de la realidad.
El asunto de la rigurosidad de lo escrito con pixeles, en tiempos de pandemia, angustia global y preocupación social, supone que todo lo publicado en el ancho mundo de la angosta pantalla es una verdad indiscutible. El dispositivo electrónico se ha integrado a nuestra cotidianeidad como un apéndice que nos informa dónde estamos, cuánto cuesta lo que haremos, y qué es lo que estamos viendo o viviendo. 
La ironía, las metáforas, las opiniones, e inclusive la dimensión poética de la vida misma son aplastadas por una pretensión de gravedad que vuelve a cada oración una declaración política, una posición medioambiental, o una perspectiva de género. Las imágenes tienen la misma suerte y una milanesa está cada vez más cerca de un crimen que de un almuerzo.



La persecución y castigo de la lírica tiene diversas razones. Por un lado, con el patrullaje de lo políticamente correcto -desde la perspectiva política que sea-, se pretende pasteurizar lo humano, o sea disecar todo aquello no necesariamente real. También se erige a las nuevas tecnologías como propietarias de la verdad más allá de las apariencias y así, esta nota perdida en un grupo de wassap, será cierta. En ese proceso reciente, los humanos perdemos la certeza a solas y debemos recurrir a la inteligencia artificial para validar cada asunto. 

Una última razón es la imposición de unos nuevos dioses que integran el olimpo virtual. Algunos teóricos, como Eric Sadin, consideran que la alétheia -un concepto griego retomado por Heidegger que hace alusión a una realidad plenamente fiable y despojada de ocultamientos- reside en las pantallas. Opuesta a doxa -la opinión- es la verdad útil. 
Lo gracioso del caso es que Alétheia, además de concepto, es una deidad. Nacida como hija de Zeus es la madre de Arete -la virtud-.

Inteligencia emocional 
Acá es donde se pone buena la historia: Zeus, una suerte de secretario general de todos los dioses griegos, tenía sus deslices. Su sabiduría prescindía de consultas a google y su animosa carnalidad más de una vez le llevó a los brazos de alguna musa, o las sábanas de una ninfa. Justamente, de todas esas aventuras recordaremos los amoríos con la Ninfa Eco, conocida por su facilidad de palabra y seductora labia. 
Todo parece indicar que su esposa Hera le descubrió algunos wassaps desafortunados y Eco fue condenada al peor de los castigos: tartamudear las últimas palabras de su interlocutor sin poder volver a pronunciar discursos propios. Eco, que había sido instruida por las musas, terminó retuiteando a sus interlocutores, debido a su affaire. Condenada a no poder empezar una charla, se transformó en una repetitiva voz de aquello que otros decían. Avergonzada decidió vivir entre las montañas y algunos comentarios de Facebook.
Habiendo perdido su prestigio como oradora, y con discursos ajenos y fragmentados a manera de lenguaje, conoció a Narciso y se enamoró en el acto. Les siguió durante varias jornadas pero el muchacho le ignoró y despreció debido a que estaba ocupado con su propio perfil. Aparentemente ella le intentó citar en posteos para llamar su atención pero él se ahogó dentro de una serie de selfies que publicó en Instagram.



Némesis, la Diosa de la venganza y el equilibrio se ocupó de su desafortunado final dejando que cayera en una desesperada persecución de su belleza. Como homenaje póstumo sólo quedan las flores que llevan su nombre a la vera de ese torbellino que tomó su vida.
El adn de los cibernautas ha quedado marcado por la herencia de estos dioses. Narcisistas y replicantes, con el disfraz de personas preocupadas en un procomún colaborativo, escupimos némesis y venganzas a una atmósfera que luego respiramos como si fuera cierta, diáfana, libre de poluciones, aleteica.

Narciso el solitario
Interesa reflexionar sobre la imposibilidad epocal de sentirnos solos: Tenemos la imperiosa necesidad de ser vistos, comentados y likeados para existir. Al igual que Eco, los silencios son rellenados con reiteraciones involuntarias, malabares crónicos para insuflar vitalidad a una fama fugaz, y mendigar aplausos virtuales. La celebridad repentina, enemiga de la trascendencia y el recuerdo, se exhibe en espejos portátiles de un camino fácil. Ya lo dijo Vasconcelos “manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra”. 

Una sociedad que ya no cree en sus ojos, que mira con pantallas y se limpia el culo con las palabras en papel, recorre el valle que gobiernan las ninfas de las redes sociales con ánimo turbulento, cuando se supone que todo lo publicado es cierto. La cuota de fantasía queda subsumida por una necesidad de gravedad infomaníaca (una parte desagradable y completamente adversa a la ninfomanía) que se compone de retazos de otros discursos y autocontemplaciones. Que descalifica al otro en un parleteo hedonista. 
Narciso y Eco hubieran hecho una gran pareja en la actualidad y juntos mirarían, desde sus respectivas condenas eternas, a los sujetos diluirse en sus perfiles, beboteando enamorados de sí mismos y con un puñado de palabras repetidas. Así se ha construido esta aldea global diseñada sobre una verdad irrefutable, la autoreferencialidad, y la obscena proyección de la versión light sobre cada uno.


Dice la psicología que el narcisismo y su desproporcionada necesidad de atención, así como la ausencia de empatía (pregúntenle a Eco), es consecuencia de un vínculo deficitario con los padres. En el caso de una construcción colaborativa como las redes, esos padres vendríamos a ser todos. En primera medida estaría usted lector, y yo.
Entonces vemos la operación del narcisismo social, que tanta ventaja le dió a políticos como Bolsonaro y Donald Trump, activar la emotividad comunitaria para exacerbar la persecución de imágenes nostálgicas sobre nosotros mismos. Esa búsqueda de fotos maquilladas con el filtro de falsa felicidad, lejos de ser alcanzadas, nos obligará a actuar nuestra propia vida en un estreno cinematográfico infinito. Lo dijo Fellini y aplica a las redes “el cine es el modo más directo de entrar en competencia con Dios”.

El árbol genealógico de la sagrada familia en las redes sociales, quedaría compuesta por una mujer que está convencida que es la verdad; la amante del padre, que es una repetidora serial, y un joven muerto en ejercicio de la autocontemplación.

Este último ajusticiado por un personaje menor pero que sigue al acecho en cada pantalla que habitamos: la justiciera de los soberbios, la parca cuya venganza sirve para explicarle a los mortales sus límites; para conmover a los espectadores frente a casos de desmesura y exitismo. 
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