Estoy bien. No estoy bien

Semanas francamente malas y, una vez más, te robaron.
Lunes al atardecer, Costanera casi Puente Sagrada Familia, venís corriendo y te pegan de atrás. 3 Chicos no tan chicos, no tan grandes. Caras desorbitadas, un caño, un palo de escoba en punta, y un cuchillo de carnicero muy gastado y finito. Dame todo o te quemo.
No es la primera, ni la segunda, ni otra vez. No fue un arrebato en moto, fue la bronca de la miseria y yo, cara a cara. La policía, cien metros más adelante, estuvo bien: me ayudaron, me prestaron sus teléfonos para buscar el mio, hicieron su pequeño operativo y se preocuparon.
Pero me dolió más que cualquier de las otras veces. No sólo por el teléfono -que a diferencia antaño, no podré reponer y deberé seguir pagando las cuotas-, no sólo por el reloj (nunca llevo reloj, y ahí te va, saliste sin darte cuenta y se fue ese compañero que llegó antes que Laurita a casa) sino por la conmoción: Tres pibes masticando miedo, castañeando los dientes. Ellos, yo, nosotros en despareja reunión. Pensé en mis hijos, uno en karate, otro en básquet, y entendí lo lejos que estaban mis tres posibles verdugos de todo. La misma calle, miles de posibilidades más lejos... y ellos sin saber cómo terminar todo aquello.
Un auto frenó, tocó un bocinazo de guerra y rajé.
No se como voy a salir a correr de nuevo por el Río esta semana, la que viene, o el fin de semana con los chicos en bici, pero lo voy a hacer. También me preocupan los chicos que tiritaban la desigualdad y llevaban la muerte en la mano, mientras la vida los chiflaba desde ese mismo río que los camufló con su complicidad tupida.-

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