Viaje al interior de la locura

Sobre la muestra Obsesión infinita de Yayoi Kusama. 
(Publicado por Arte al Día Internacional) 

Del 30 de junio al 16 de septiembre en el Museo Malba / Colección Constantini
Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. Argentina
Subsuelo, ingreso y segundo piso. 
Curada por Philip Larratt-Smith y Frances Morris. Con obra perteneciente a las colecciones de Kusama Studio, el IRB-Brasil Re, Ota Fine Arts, Victoria Miro Gallery, London y David Zwirner, New York.

Un museo tomado por dentro y por fuera con la fuerza lisérgica de Yayoi Kusama (84) permite cronicar la exposición sin visitarla, sentado en la escalera de ingreso, escuchando las expectativas de largas colas que, escoltadas por árboles a lunares, esperan ingresar. O atento a los excitantes rumores que emiten los ojos de quienes se retiran extasiados. También podríamos visitarla con los ojos cerrados y percibir las vibraciones cerebrales. Con eso alcanzaría. Pero sería una pena. 
Al abrir los ojos, el visitante encontrará una de las paredes más importantes del claustro central forrada de obras de gran formato que, una a una, van reseñando las mejores sueños y las peores pesadillas de una artista que cotidianamente enfrenta su locura con los materiales pictóricos, hasta que sea hora de descansar en el psiquiátrico que la abraza cada noche. La osadía de la paleta de estos trabajos contrasta con la  mansedumbre vital que lleva la creadora japonesa. Especialmente si, al subir las escaleras del museo y empezar el recorrido del segundo piso, recordamos el mismo ascenso alocado que Kusama vivió en su paso por USA cuando una catarata de creación, orgías y performances corporales desnudaron una personalidad irrefrenable. 
Las salas que atesoran sus obras más primitivas y las instalaciones de los sesenta están custodiadas por un storyboard que nos muestra a la Yayoi bebé (1936), la joven de mirada amenazante, la oriental dueña del mundo pero inquilina de un vértigo vital insoportable, o una joven octogenaria de pelo rojo furioso y revolucionaria paz. Sus primeros trabajos expuestos datan de la década del 50 y ya proyectan puntos, líneas y una contenida necesidad de simplificar la extraordinaria complejidad de su arte.
Encontramos en estas series y las de la década siguiente una conceptualización de sensaciones como la nocturnidad, la comunidad, y las redes que la ubican en la misma generación de los artistas visionarios en su tiempo. Warhol se aferró al consumo, o la VIH de forma anticipada, y Kusama retrató la idea de redes y comunidades sobre el oscuro fondo de su escepticismo. 
Estos aspectos, así como el hipnótico efecto de velocidad en una congregación equilibrada por la preocupación, nos remiten directamente a las ideas de sublime que propusiera Arthur Danto en “El abuso de la Beleza”. El mismo efecto consiguen otros integrantes de la serie “infinity nets” cuyo título pareciera recobrar mayor vigencia en tiempos de virtualidad. 
Las salas siguientes, donde florecen penes flacidos nos hablan de la fálica potencia de esta artista en variaciones de claridad u oscuridad alucinógena. En este momento del recorrido pareciera sonar de fondo la mejor versión de Bach Goldberg Variations, a manos de Glenn Gloud. Se nos acelera el corazón mientras se acompasan los pasos. Piezas como “Infinity Mirror Room – Phalli\’s Field” (1965/2013) ó “Walking in the sea of death” (1981) jaquéan la comprensión del visitante. 

Seguidamente habrá un remanso de salas destinadas a proyecciones de performances públicas y recursos de documentación que, como el itinerario vital de la artista, hablan de su regreso a su Japón natal, y la preocupación por su salud mental. 

Las obras siguientes, hablan de la potencia políglota y multietaria de una artista que rompe el acuerdo entre el espectador y la obra para sumergirnos en ambientes que quiebran los límites entre lo personal y lo público. Entramos dentro de la artista, la penetramos, y los lunares (símbolo por excelencia de la locura) engañan el ojo en obras de marcado sentido pop. Estos trabajos de “la moderna Alicia en el país de las maravillas” (según ella misma) son celebrados por los grandes y comprendidas por los niños más felices de todos los museos del mundo. Así lo demuestran más de 120.000 visitantes que se apropian de la cotidianeidad íntima participando de un acto de voyeurismo mental que no deja de ser impúdico. 

El furor de la muestra Obsesión Infinita en Buenos Aires es comparable con la rabiosa participación de los visitantes en la última sala, donde cada persona puede aplicar unos lunares multicolores que se reciben al comprar la entrada. Mientras que la artista más pobre y más rica del arte actual declara haber padecido “económica y psicológicamente” su arte, el público se vuelve Yayoi. 

Tal vez sea demasiada gente dentro de una sola persona como para soportarlo con cordura. 

YAYOI KUSAMA. A JOURNEY TO THE INTERIOR OF MADNESS
by Pancho Marchiaro
Yayoi Kusama: Infinite Obsession, the first in-depth survey of the work of one of the most original and inventive artists of the postwar period to be presented in Latin America, was organized by Malba – Fundación Costantini and curated by Philip Larratt-Smith (Deputy Chief Curator, Malba, Buenos Aires) and Frances Morris (curator of Kusama’s retrospective at Tate Modern, London) in collaboration with the artist’s studio. It comprised over 100 carefully chosen works from 1950 to 2013, including paintings, works on paper, sculptures, videos, slideshows, and installation works.

A museum whose interior and exterior have been taken by the lysergic force of Yayoi Kusama (84) makes it possible to produce a chronicle of the exhibition without visiting it, just sitting on the entrance stairway, listening to the expectations of long lines of people who, escorted by polka dot trees, are waiting to go in. Or being attentive to the exciting rumors spread by the eyes of those who leave the show in ecstasy. We might also visit the exhibit with our eyes shut and perceive the brain vibrations. That would suffice. But it would be a shame.

On opening their eyes, visitors were faced with one of the most important walls of the central hall covered with large-format works which, one by one, sketched out the best dreams and the worst nightmares of an artist who daily confronts her madness with the help of pictorial materials, until it is time to rest in the psychiatric institution that embraces her every night. The daring palette in these works contrasted with the vital calmness of the Japanese creator. Especially if, on climbing the museum stairs and beginning the visit of the second floor, we recalled the same wild ascent that Kasuma lived during her passage through the USA, when a torrent of creation, orgies and corporal performances laid bare an uncontrollable personality.

The showrooms that lovingly hosted her earliest works and the installations from the 1960s were guarded by a storyboard that showed us the baby Yayoi (1936), the young woman with the threatening look, the Oriental woman who is the owner of the world but also a tenant of an unbearable vital vertigo, or a young octogenarian with raging red hair and a revolutionary peace. Her earliest works on display dated from the 1950s, and they already projected dots, lines, and a repressed need to simplify the extraordinary complexity of her art.

We found in these series and in those from the following decade a conceptualization of feelings such as nocturnality, community, and the networks that situate her in the same generation as the visionary artists of her time. Warhol clang to consumerism, or to HIV ahead of his time, and Kusama portrayed the notion of networks and communities against the dark background of her skepticism.

These aspects, as well as the hypnotic effect of speed in a congregation balanced by concern, referred us directly to the notions of the sublime posited by Arthur Danto in The Abuse of Beauty. The same effect was achieved by other components of the series Infinity Nets, whose title seems to be even more valid in times of computer science.

The following exhibition spaces where flaccid penises flourished referred us to the phallic potency of this artist through variations of clarity or hallucinogenic darkness. At this point of the tour visitors were under the impression that they were listening to Bach’s Goldberg Variations played by Glenn Gloud. Hearts beat faster and footsteps became more rhythmical. Works like Infinity Mirror Room – Phalli’s Field (1965/2013) or Walking in the sea of death (1981) complicated the spectator’s understanding.

Then came a haven of rooms devoted to the screening of public performances and documentary resources which, like the artist’s life itinerary, referred to her return to her native Japan and the concern about her mental health.

The next works alluded to the multilingual and ageless potency of an artist who breaks the understanding between the spectator and the work to immerse us in environments that break the limit between the personal and the public spheres. We entered inside the artist, we penetrated her, and the dots (symbols of madness par excellence) deceived the eye in works with a marked Pop sense. These works by “the modern Alice in Wonderland” (according to the artist herself) were celebrated by adults and understood by the happiest children in all of the world’s museums. This is proved by more than 120,000 visitors who appropriated the artist’s intimate everyday life by participating in an act of mental voyeurism that remains shameless.

The frenzy of the exhibition Infinite Obsession in Buenos Aires was comparable to the furious participation of visitors in the last gallery, where each person could apply a few multicolored dots which were received when buying the entrance ticket. While the poorest and the richest artist in present-day art declared she has suffered her art “economically and psychologically”, the public became Yayoi.

Perhaps this is just too many people inside a single person to be able to bear it with some sanity.

Comentarios

Gabi Muscara ha dicho que…
Muy buen resumen de esta muestra. Resumen de la artista aun se escribirá. Muy bueno tu blog!