Espejos. Sobre la obra de Mariano Cuestas


Detrás del tambor
trotan los terneros,
los parches los hacen
con sus propios pellejos.
Kälbermarsch. Bertolt Brecht

Vamos con rumbo seguro hacia ninguna parte, con la mirada puesta en una promesa que hicimos colectivamente y que jamás llegará. La multitud tropieza con un individuo que avanza en sentido contrario. De hecho es uno de los pocos que avanza. Es un hombre bonzo dispuesto a dinamitar el confort y la plácida languidez de los vernissagges. Mariano Cuestas ha herido el corazón de la publicidad, y desde esa cotidianeidad lascerada surgen borbotones de oscuridad y descomposición.
Él, su pelo, su saco y sus libros leídos miran para otro lado, disimulan. Mientras, su obra taciturna y visceral hilvana el misterio de las figuras y los planos de colores desconcertantes tomando de las pelotas a los espectadores. Con figuras y rostros que alternan luz, nocturnidad y arañazos de pintura, todos terminamos enfrentados a espejos que, como un itinerario errante de transparencias, nos devuelven los frágiles monstruos chorreados de miseria que somos.
Invitados al fantasmagórico mundo de nuestra humanidad retratada, con el grito muteado de cada una de las pinturas enfrente, no nos quedará más remedio que aceptar la tragedia que se avecina, el horror que esos ojos ausentes han visto, y esperar que la tormenta amaine. Siempre podremos agarrarnos al vigoroso silencio de las palabras flotantes en cada obra y suponer que volamos a través de la noche.
Cuestas sigue su camino como un bailarín poseido, nosotros el nuestro. Pero ya nos vimos.-


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