Una ciudad de los otros

(Publicado por La Voz del Inteerior, Sábado 27 de Marzo de 2010)

Hace un tiempo impreciso y antiguo, medido en millones de años, nos reunimos alrededor del fuego para reconocernos y construir una idea de nosotros. Desde entonces fuimos únicos, y para que no quedaran dudas hicimos la ciudad. Dentro estábamos nosotros y fuera, los otros. Juntarnos, era estar unidos e identificarnos. Era un sistema de supervivencia que simplificaba la alimentación, la salud, la vivienda, pero también era una forma de ser algo: éramos argentinos en el mundo y cordobeses en Argentina ya que aquel fuego primigenio de la humanidad se había hecho en la Plaza San Martín, frente al Cabildo. Homero Simpson lo explica muy bien con la idea de otredad: “Shelbyville (la ciudad espejo de Sprinfiled) apesta”. No porque tenga mala calidad de vida sino porque no le pertenece, es “la otra ciudad”. Pero los Simpson son una síntesis moderna, y para llegar tan cerca nos pasamos siglos construyendo un espíritu ciudadano. Construimos una historia propia y distinta, algo único, con calles que conectaron hogares, con generaciones enteras colocando adoquín tras adoquín, levantando monumentos y edificios. Hicimos murallas para que los otros no entraran, y cuando hubo algo para ver, allá por el S XIIX las casas de familia dejaron de mirar hacia sus patios internos y se extrovertieron, mirando hacia la calle. Fue entonces cuando la ciudad fue un gran lugar de encuentro, un punto de reunión, un destino. Las ciudades eran un enorme e imaginario espacio público hacia el que nos dirigíamos, una promesa conjunta de progreso edificado. Ser cordobés, como genérico, contenía a cada uno de nosotros y nos identificaríamos cuando nos encontrásemos en la peatonal, como si de un espejo se tratara. Había un retrato urbanístico que Carlos Thays y Miguel Ángel Roca hicieron con los espacios públicos, pero que en rigor de verdad, lo dibujamos entre todos y ellos sólo “lo pasaron en limpio”. Por eso cada uno de nosotros era capaz de reproducir toda la ciudad, en una servilleta de la terminal, para que una chica pudiera llegar a nuestra casa después de varias paradas del 126.

Pero la ciudad cambió. Nosotros cambiamos. No nos reconocemos, ni sabemos quienes son esas caras apuradas. Todo se segmenta en sectores intersticiales. Si vamos a la ciudad es para conectarnos con el mundo, para ser ciudadanos de la globalidad. No hay más colectivos fileteados con mi rostro y nadie quiere que le limpien el vidrio del auto. Es más, lo que todos quieren es salir lo más rápido posible de la Alvear, evitar la calle de los bancos, y escapar de aquella promesa, antes paradisíaca y hoy infernal, de manifestaciones. La ciudad es una autopista, y los ciudadanos –como bien dice Jesús Martín Barbero- circulamos por ella, y si podemos la esquivamos. El patrimonio colectivo es un impedimento para la velocidad que deseamos alcanzar, y el centro le pertenece a las empresas. O a nadie, o sea el Estado. Somos cordobeses hablando por teléfono, o detrás del parabrisas, por eso tiramos los fasos y la mugre por la ventanilla a ese lugar indeseable que es la ciudad de los otros y que entendemos con el GPS, en la irrealidad de las pantallas, como dice Gianni Vattimo. Nadie vive en Córdoba, todos vivimos en nuestras casas, y éstas están ubicadas en el IP de nuestra conexión a Internet.

Mañana, cuando un zorro gris detenga la fila de autos en San Jerónimo y Chacabuco, entre los alientos negros del N3 y esa lenta coreografía interpretada por los capots hirvientes de los corsa remis, un primer bocinazo será la obertura de una sinfonía que cada vez menos espectadores desean escuchar. Será una agonía. Un día menos, un metro cuadrado perdido para nosotros, los que creíamos que el fuego se inventó en la Paza San Martín y que la ciudad era nuestra casa.-

Un reconocimiento especial a la inspiradora cátedra de Cultura Contemporánea, Univ. Tres de Febrero, del Prof. Enrique Valiente.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Una visión medio oscura Chopán... Que desgraciadamente comparto: La ciudad son los otros, bocha de individuos cada vez más enajenados, escindidos entre sí. El miedo impera y propaga violencia.
La ciudad puede ser leída como una cartografía del miedo en la que la plaza pierde todo su sentido de agora, lugar concéntrico de reunión para el desarrollo, fuego elemental. Bravo Pancho!
Manolo
Pancho Marchiaro ha dicho que…
Gracias Gordo, siempre tan afinado tui comentario. Un abrazo.-
Anónimo ha dicho que…
Me regocijo cuando un intelectual trae una ejemplificación tan genial como la "el otro" en los simpsons... Esto deja muy claro los diferentes modos de comprensión y de reflexión de las personas...
Del mismo modo, justifica, como con mis 25 años me encanta mirar los simpsons y encontrar en ellos el disparador para un montón de cosas...
Lo aplaudo Marchiaro, por su capacidad extraordinaria de comunicar ideas tan complejas en palabras sencillas.