Granhermanismo político

(Publicado por La Voz del Interior)


Desde hace mucho tiempo, la política se ha escudado en diferentes ámbitos del pensamiento para reforzar sus consignas y establecer un dialogo con fines discursivos.

Estos movimientos, fintas conceptuales, se pueden ordenar cronológicamente a partir de la desaparición de la fuerza y lo violento como recurso político. De su superación devino la intersección entre política e intelectualidad: una nueva forma de construir poder. Posteriormente, mucho más cerca en el tiempo, se impuso una hermandad entre lo económico y lo político. Este parentesco desdibujó sus respectivos contornos, generando que todos analicen, y decidan con el bolsillo, en lugar de utilizar su cabeza o su corazón para tal fin. Hoy se dice, por ejemplo, que “los franceses tienen el corazón a la izquierda y el bolsillo a la derecha”, para explicar el resultado de las recientes elecciones galas.

Sin embargo, y a pesar de la cita antes mencionada, hay quienes piensan que en esta década, el aliado y mayor contribuyente de valor agregado a la política, y a los políticos, es lo mediático. Particularmente los medios masivos, esos hijos quizá adoptivos, de las industrias de la cultura y la comunicación.

Habría que empezar el análisis de la mediatización extrema de los referentes, señalando que el debate de ideas característico de un momento de nuestra historia política, como el del advenimiento de la democracia, se ha diluido en una confusa cercanía de conceptos entre los componentes del espectro político. Hoy las propuestas de fondo de las diversas agrupaciones casi no difieren entre sí, y los candidatos parecerían intercambiables. Sólo por curiosidad intente señalar tres diferencias entre los ex-candidatos Filmus, Macri y Telerman. Lo cierto es que se impone una serie de modelos y fórmulas casi hegemónicas, quedando sólo un pequeño abanico de diferencias discursivas, meramente accidentales. Y siempre con la sensación de proximidad y un posible acompañamiento futuro. ¿O acaso no es muy fácil imaginar a cualquier candidato acompañando a un ex–rival con la misma sonrisa que antes le despreciaba?

Frente a esa imposibilidad de discutir proyectos diferentes, la batalla se da en el campo catódico, donde los candidatos se ven obligados a un ejercicio de marketing intentado fidelizar (no por Fidel, por cierto) televotantes, a la vez que seducen nuevos segmentos de lo que es, lisa y llanamente, un mercado.

Sumado a esto, ya empalaga decir que cada vez más personas llegan al mundo real, paradigmáticamente, a través de la virtualidad o intermediación de recursos, o dispositivos electrónicos, como la radio, la Internet y fundamentalmente la TV. En este contexto totalizador, lo gracioso es que los medios vuelven productos a los políticos, y mientras se apoderan del vínculo entre ciudadanos y políticos, ejecutan su plan de negocios. Pero, la política, más preocupada por entrar en el juego de los conflictos estridentemente guionados y teledifundibles, no se reconoce manipulada, y sólo especula con la victoria de una pequeña rencilla, que le permita conquistar un microscópico avance en la métrica de la supuesta popularidad del rating.

Un fenómeno global

Pero esta columna, y de hecho, la granhemanización de la política no responde a un fenómeno cordobés. Ni siquiera se trata de una tendencia argentina. Es una imposición global, analizada desde hace algunos años por diversos autores. Entre ellos, el filósofo español multipremiado Daniel Innerarity, autor de diversos libros y hombre siempre preocupado por la actualidad. Entre sus ediciones se destacan La transformación de la política (2002) y La sociedad Invisible (2004).

En sus estupendas líneas, muchas veces espolvoreadas con ironía, rescata permanentemente el valor y la complejidad de la actividad política y coincide con Freud quien decía “"Hay tres profesiones imposibles: educar, curar y gobernar". Sin embargo, señala que la sociedad actual es “opaca” pues “la aparente inmediatez y familiaridad con que los medios de comunicación nos aproximan los acontecimientos, resulta engañosa”. Acuña, también, un concepto del que se hace eco Juan Bolea del Periódico de Aragon: el “granhermanismo ideológico”. Con esto se referir a prácticas basadas en “política en directo, ideología de la inmediatez, influjo de la televisión, espectáculo, y show”. Innerarity ironiza sobre los políticos de hoy, señalando que tienen “más cara” que sus predecesores Caras proyectadas, fundamentalmente, por los medios inmediatos.

Presos del estado “en vivo y en directo” impuesto, surge entre los candidatos o autoridades, una fantasía de poder fruto de la exposición, en lugar de reconocer que quien está detrás de la cámara, quien todo lo ve, es quien decide.

Los nuevos medios, víctimas y victimarios, de una “inflación informativa” imponen en la vida real la mecánica propia de los realities (vale aclarar: registros para televisión de una cotidianeidad dudosa, interpretados por personas reales), mientras los espectadores suponen estar viendo documentales (basados en documentos, elementos probatorios).

Desde el análisis cultural, el empobrecimiento de la palabra escrita -una piedra basal de la actividad política, y que hoy sólo pasa por el tamiz publicitario- coloca a los ciudadanos en una situación de orfandad reflexiva, muy delicada para las generaciones que atraviesan el complejo de Edipo político nutriéndose de telebasura.

Dentro de la TV, todo queda expuesto en esa programación que abastece sus necesidades de escándalo, lanzando individuos al centro de la atención pública sin asumir la responsabilidad de montar semejante escenificación, bajo el amparo que supone la libre elección democrática, intrínseca al control remoto.-

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