Mapa genético de la cultura argentina

(Publicado por La Voz del Interior. 2005)

Marco Stanley Fogg es el personaje que Paul Auster crea para superar una serie de acontecimientos tan destinados como casuales en El Palacio de la Luna. Fogg busca sin saberlo, su origen y sus propias certezas, para confeccionar una definición de si mismo.

No es casual que la búsqueda de la identidad propulse la narración de una de las piezas claves del rompecabezas literario de los ´90s y que la obsesión por la propia definición de quienes somos, inclusive como estado, y como paradigma cultural, tenga tantas respuestas como habitantes hay.

Un grupo de especialistas ha trabajado desde mediados del 2003, como una escuadra austeriana, en aportar elementos para el análisis de este adn nacional, y los resultados están a un clic de distancia.

En www.cultura.gov.ar hay un cambio de los tiempos de Di Tella a esta parte, y es un cambio que se percibe en la manera de hacer y comunicar lo hecho. En el sitio oficial de la secretaria de cultura de la nación hay noticias, proyectos, programas, convocatorias para subsidios y becas, pero fundamentalmente hay información.

El apartado “Mapa Cultural de Argentina, sistema de información sobre instituciones y producción cultural” contempla los resultados de un relevamiento que realizó un equipo de diez técnicos de primer nivel, confeccionado en las regiones que aglutinan a todas la provincias.

Mientras el secretario de cultura Num se enfunda el pijama, el resto de los argentinos gozamos de la tarifa económica del teléfono y nos enteramos de cómo es donde vivimos. El mapa, primer intento de sistematización de todo el ámbito cultural y artístico, dibuja las dificultades de gestionar desde los miniestados neoliberales que siguieron a los ochenta, y su cartografía se ciñe a factores materiales como la concentración de medios, la caída de los ingresos y consecuentemente los consumos culturales de la población, además de factores subjetivos y simbólicos.

La primer sorpresa del mapa es la compleja historia de la producción cultural argentina. Aunque sintética, esta herramienta recorre en capítulos la producción cultural del país desde el siglo XVI a la fecha, poniendo énfasis en tópicos de la historia virreinal, o la consolidación de la vida cultural y el periodismo de comienzos del siglo pasado, a partir del centenario de la Independencia. Se menciona también la primavera cultural que acompañó la presidencia del Dr. Alfonsín, con su explosión de las libertades individuales, y la recuperación del espacio público.

Además de la reseña histórica, el perfil del país, y la descripción de las estructuras orgánicas de los diferentes niveles gubernamentales, el proyecto cuenta con una completa introducción a la legislación del sector donde se concreta los escurridizos conceptos de derechos culturales. Situándolos en la Constitución, partir de la reforma de 1994, se consolidan como derechos esenciales a la persona humana tanto en sus rasgos identitarios como en sus necesidades plurales.

Luego de un trabajo sobre patrimonio (siempre en sintonía con la propuesta de UNESCO de tomar el patrimonio cultural como memoria, motor fundamental de la creatividad) y de un detallado análisis de la situación de las industrias del libro, disco, cine, video y multimedia, el mapa y concretamente la Secretaría de Cultura hace foco sobre sí misma ya que comunica su deber: apostar al desarrollo espontáneo, desde políticas culturales consensuadas, corrigiendo las distorsiones causadas por un mercado “groseramente concentrado”.

Allí mismo la Secretaría enumera sus prioridades: Fortalecimiento de la identidad nacional en un contexto latinoamericano; Valorización de las formas populares; Descentralización geográfica; Mantenimiento y actualización de las instituciones culturales clásicas; obtención de fondos adicionales; Uso de los medios de comunicación para la difusión cultural.

Saldo deudor

El trabajo del mapa cultural no es para intelectuales. Es una herramienta para ciudadanos, un arma para los docentes, y un machete para los alumnos, particularmente de nivel medio y superior. Pero la seriedad con que ha sido desarrollado, así como la contundencia y especificidad de los indicadores generados, no hace más que dejar al descubierto una vez más que las prioridades con las que los gobiernos se embanderan son tragicómicas. Presupuestos insignificantes para megaestructuras, abandono de muchas de las instituciones que no solo se disponen a conservar sino que se actualizarían. Y si queremos hablar de lo que más duele, hablemos de descentralización geográfica.

Buenos Aires provincia y Capital Federal tienen 563 bibliotecas populares, más que la sumatoria de todas las bibliotecas de la Patagonia y la Región NOA. La Ciudad Capital tiene más bibliotecas que varias provincias, inclusive cuenta el doble que la correctísima Santa Cruz, (tal vez alimenten a los corderos con libros). En materia de gasto público –debería hablarse de inversión- por habitante, hay una sorpresa: la provincia que más dinero desembolsa es San Luis ($ 55), inclusive más que Capital Federal ($52) . Mientras la duda sobre las extravagancias en las que se invierten estos fondos implota en la imaginación colectiva, el mapa se completa: El gasto en cultura por habitante de Santiago del Estero es de $ 0.34 (162 veces menos que lo que le toca a un puntano), y en Formosa es $0.42. Esta provincia, para emprender una actividad artística de $ 1000, debe utilizar el presupuesto anual que corresponde a 2.381 ciudadanos. Según este mismo estudio, la antes mencionada provincia de Formosa tiene solo una sala de cine, San Juan 3 y Santa Cruz 4. La Capital Federal hace gala de su nombre con 196. Museos hay muchos, pero no así leyes provinciales de cultura. Sin dudar de la capacidad de síntesis de los legisladores entrerrianos y formoseños, una sola ley parece poco... La Pampa tiene 16.

El mapa cordobés:

Siempre en función de lo publicado, Córdoba cuenta 188 bibliotecas populares, nada mal frente a provincias con 50 o 60 establecimientos. Cuenta con 4 leyes provinciales de cultura, al igual que Buenos Aires. Nuestra provincia tiene 106 salas cinematográficas inclusive restando las que no funcionan, está primera, después de los grandes del puerto. Parecen suficientes, sobre todo si se confronta con la Rioja, 6 salas pero 3 están cerradas, o Santa Cruz con 4. En cuanto al gasto público por habitante, según este estudio se invirtió $ 4.62 en el 2003. El doble que Santa Fé, y la mitad que Santa Cruz. En el caso de la inversión cultural, hay muchos factores a considerar: características de la estructura y los recursos humanos (hay provincias que cuentas con teatros y otras que no) o casos de plantas de personal poco eficientes, en términos de productividad.

En realidad, lo que debería contar es la relación entre el presupuesto del gobierno y presupuesto cultural, impacto de la actividad en el producto regional, o volumen de la actividad independiente y comercial. Prueba de ello es que a pesar de nuestra mayor inversión, Santa Fe posee indicadores más favorables.

En realidad, lo que cuenta es la cultura en la que queremos vivir.-

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