En la ruta los mormones saludaban a las personas estrechando sus manos con buenos augurios y camisas blancas. Nosotros nos alejamos con la intención de alcanzar la cima que se esconde detrás del Cristo de La Cumbre y recorrer el sendero hasta bajar al Dique San Jerónimo.
Junto a mi hermano Andrés hacemos, sin regularidad ni método, estas caminatas serranas y nos regalamos unas charlas, repasamos recuerdos y agregamos nuevos, así como unos buenos silencios. Andrés despliega su conocimiento de la flora nativa y yo me siento homenajeado. En esta ocasión nos acompañó Constantino que valientemente aceptó desalojar la cama antes de las 9 am, en el cenit de las vacaciones. El ascenso nos aleja de la velocidad innecesaria de la cotidianeidad. Allí abundaban los romerillos, algunas verbenas vergonzosas y una pequeña pradera de flores de papel (Zinnia Peruviana). Entre espinillos, y crotones, rodeados de tola tola, y alguna carqueja, caminamos para disfrutar de muchas varas que, con un amarillo intenso, nos deteniene para que entedamos la magia de compartir el color y la calidez. Un viento suave ondulaba los pastizales con musicalidad, como si nos quisiera tranquilizar. Nos explicaba que el tiempo nos pertenece. Al menos un rato. Bajamos con los ojos llenos de nuevo hacia La Cumbre, casi al mediodía, mientras unos chaparrones impertinentes cortaban el calor del sol y elevaban el aroma de las sierras.(Para hacer el sendero, creo que de intensidad media, hay que llevar agua y calzado adecuado)
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