Entre todos los placeres de la vida, incluyendo la lectura, las películas y la música, o la buena comida, convengamos que el helado está en el podio de los grandes aportantes de endorfina. Córdoba tiene una celebrable red de heladerías y, en ese mundo de sabor fresco, se destaca esta empresa familiar que se apresta a redondear 10 años de vida.
La magia empezó en Villa Allende, donde fuimos obligados a emigrar en diversas ocasiones para disfrutar de sus helados genuinamente artesanales. Hoy tienen dos sucursales en Nueva Córdoba y Plaza Colón. El precio no varía demasiado en comparación con sus colegas. Hacen todo bien por muchas razones, empezando por el resultado: sus helados son sedosos, innovadores y fundamentalmente exquisitos. Al probarlos la persona siente ganas de besar el producto con esa gratitud que sentíamos por los postres que nos hacía la nonna.Pero además tienen un alto compromiso de sostenibilidad, como se puede apreciar en sus relaciones con la comunidad y el medioambiente. Solemos rechazar esas aparatosas bolsas, pero en la sucursal de Plaza Colón (Avellaneda casi Santa Rosa) se ocuparon de contarnos que usan bolsas compostables.
Eso no es todo, su carta varía con regularidad acompañando los frutos de estación y evitando introducir conservantes o químicos. La creatividad de sus variedades es una virtud que, sin miedo a la polémica, incluye palta, queso fresco y otras digresiones agradables.
Hoy encontramos -además de gustos tradicionales como chocolate- chocolate holandés y la versión dark; dulce de leche de vacas jersey; maní salado con caramelo; remolacha zanahoria y naranja (riquísimo); mango con kitucho (a apenas picante para levantar el mango); pepino con menta; o manzana apio y nuez.
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