Máquinas como yo

Anoche terminé “Máquinas como yo”, una novela de Ian McEwan.
Creo que todos conocemos al autor de “Sábado” y “Expiación”, obras a las que me gustaría agregarle su primer gran libro “El jardín de cemento”, o “Chesil beach”.

Considerado unánimente como uno de los grandes autores británicos, lo que he leído me ha gustado siempre, incluyendo este relato (editado por la casi infalible serie de anagramas amarillos). “Máquinas como yo” - que interiormente se completa con un “...y gente como vosotros” propone una realidad paralela a la actual en una Inglaterra que acaba de perder la guerra de Malvinas. Transcurre en el pasado, pero despliega un desarrollo tecnológico superior al nuestro: internet potente y la primera cohorte de humanoides artificiales. Leí que se denomina realidad pastópica, pero lo cierto es que se trata de un recurso para poner la lupa en los alcances y debates de la inteligencia artificial, con sus pliegues y arrugas morales.
Un giro maravilloso es la supervivencia del matemático Alan Turing cuya presencia ocupa un lugar relevante en el relato. Conviene recordar que en la vida real fue juzgado por homosexualidad en un juicio que tuvo lugar en 1952 y, como resultado del proceso judicial, se le condenó a una castración químicamente que le arruinó la vida y empujó al suicidio. Comió una manzana con cianuro.
En un clima social enrarecido, donde se entrecruzan diferentes personajes que comparten varias copas de vino llenas de inquietudes existenciales, me atrapó una intriga inteligente mechada con las grandes preguntas actuales ¿Es la conciencia una disposición de la materia? ¿Es un juicio sobre un delito cometido previamente el verdadero costo de esa injusticia?

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