Anatomía de la verdad

El viernes a la noche cenamos una maravillosa picada armenia en casa de amigos. En el mejor momento, el vino y la conversación giraron en torno a las últimas lecturas y películas. De los generosos merlot participamos todos unívocamente, mientras que el consumo cultural iba entrelazando a distintos asistentes de la mesa en un libro, o en un hallazgo de la pantalla. Los otros cuatro asistentes a la mesa se sobresaltaron cuando le tocó el turno a la película francesa Anatomía de una caída, que con Laura no habíamos visto, pero inmediatamente anotamos como pendiente.

Los domingos de lluvia son los días más cinematográficos del año y hoy se lo dedicamos a la obra de Justine Triet. Una apuesta por esa zona que limita con la verdad y la belleza, que oscila entre la intimidad y el juzgamiento.
En ella, la muerte de una persona es el disparador para auscultar una relación, una pareja, una familia, y la incomprensible práctica de la escritura. La ficción, ni más ni menos que otra forma de verdad, es un compromiso con la belleza y delinea un poderoso guión que se sostiene, e impone, como la música a alto volumen. Sin pecados fílmicos, pero llena de pecados humanos -que son la materia prima del caos en el que vivimos-, esta película francesa se disfruta tanto como cada uno de los cigarrillos que se fuman en ella.
Una de las comensales de nuestra cena del viernes, certeramente, propuso “vistos demasiado de cerca, todos podemos ser monstruosos”. Una frase perfecta para darle continuidad a un film cuya conclusión es una invitación a reflexionar sobre nosotros mismos: y para eso sirven las películas buenas.-

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