Volveremos. Sobre la añoranza de la música viva

(Publicado por el Matutino Hoy Día Córdoba el 28 de Julio de 2020)

Tal vez la vida no sea mucho más que la escritura de un texto. Un texto vital. 
En esa redacción, la presencia de la música, de la música viva, supondrá uno de los grandes momentos de esa escritura. Será por la poesía en las letras, será por el componente coral de esas jornadas únicas y excepcionales caracterizadas por vivir un show, al pisar el césped de un festival, al bajar el asiento de la butaca en una sala, estaremos en una jornada excitante. Una página grande de nuestro trayecto vivido. 
Sensibilidad y sensitividad se funden en un sólo éxtasis al corear “una que sabemos todos” y la percusión nos trasladará a las cavernas de la humanidad. Y de nuestro corazón. Ahí estamos próximos, bebiendo el sudor de la vida, haciendo la comunión en comunidad. 
La ausencia de conciertos en el Orfeo, el Quality, la Plaza de la Música, el Estadio del Centro, el Monumental Sargento Cabral y todas las habitaciones de la música es un hueco inmenso de endorfinas emocionales. 

Ajustarse mucho los cordones para que los oídos propaguen sus vibraciones a todo el cuerpo, para que la música nos agarre bien parados, ya sea que vamos al baile de La Mona, a la Próspero Molina, o al Cosquín Rock, es el primer paso de un ritual maravilloso. Habrá embotellamientos, colas de ingreso y un mar de meadas, pero nada se comparará con la borrachera de belleza que salpicará en espray cada sacudón de cabeza. 
Ilustración de Eduardo Hennings - Hoy Día Córdoba
Un festival es la síntesis, la celebración, de la vida con los dos brazos en alto, la imaginación hipnotizada por todas las imágenes que nos regala ese relato sonoro y representativo que interpela nuestro ser social. Una voz se alza sobre los otros cantantes y la piel vibra en modo gallina. 

La música nació acá 
Para habitar un baile en Córdoba Capital es necesario, además nuestra corporalidad, vernos como si fuéramos un tercero llegando a una de las tantas salas de Córdoba. Protagonizar un rodaje mágico y pagano. 
Perdido en la parte onírica de la ciudad, ubicado dentro de nuestra carnalidad, Córdoba es cuarteto, ritmo, frenesí y excesos. Si la cultura es un largo proceso de intelectualización para la esfera mística, entrar en el baile es rebobinar miles de años en un casete y volver a participar de una ceremonia etnográfica cuya rigurosa religiosidad nos impone una contemplación activa hacia la gracia divina. Un ánimo creyente y voluptuoso. 
La cantina sirve guías espirituales en vasos grandes con hielos del tamaño de la luna, el cantante ofrecerá su arte, pero serán los bailarines quienes protagonizarán la gramática de las relaciones humanas, las mejores tomas de la película de tu subconsciente. 
La cámara se aleja con una panorámica de la marea humana en tonos cálidos. La semántica del pueblo hecho carne, de los barrios interpretados en señas, en danzas místico-urbanas, te explican que ese trance grupal, cuyas sectas convergen en un culto, escribe las estrofas más pegadizas de nuestra cultura. 

¡Palmas! ¡Palmas! 
Llenamos el tanque del auto de aplausos y carnavalitos y salimos raudos a recorrer las fiestas de la provincia. Dice el mito hecho escenario que la Provincia de Córdoba tiene cientos de festivales y el gps del tablero señala las festivales del Malambo, la Doma y el Folklore, la Papa, la Sandía, el Maíz o el Maní; el Festival internacional de Peñas, del Humor, de la Gallina hervida o el Chancho con pelo. El Festival del Folklore en el agua, o de la Tradición, nos sorprenderán por sus atributos musicales y gastronómicos. No sabemos quienes somos hasta que compartimos tribuna con todas esas prácticas culinarias que se cocinaron al rescoldo de los nuevos movimientos musicales que se impulsaron en el Siglo XX. 
Llegar a la Plaza Próspero Molina, donde pareciera haber quedado palpitando la voz decidida de de Mercedes Sosa -presentada por Jorge Cafrune- enardeciendo los chhhharangos del Derrumbe Indio, apurada por su propio bombo, es tirarse de cabeza en la historia. 
Soñamos con volver a bailar la zamba de la última esperanza y ver amanecer a nuestra identidad, después que las estrellas hayan cantado que acá para allá. Necesitamos ser nosotros de nuevo, juntos, con los trapitos agitados en alto. Es que ese cielo de pañuelos patrios es la señal que esperan los científicos para garantizar que los conciertos son un toldo que nos cubre de la recesión, son la cura contra la enfermedad del miedo. 
El vino se vuelve miel con los últimos despuntes de la guitarra y los ranchos se desdibujan en la polvareda de despedida. Una copla disfónica acompaña el regreso desde el asiento de atrás. En nuestro auto familiar somos, más o menos, tres millones de cordobeses trasnochados mirando a través del hueco de una guitarra. 

A poguear mi amor 
Le apuntamos al pelado con la rubia sobre los hombros mientras te tira el asunto consanguíneo. La parte trascendental de febrero está ligada a Cosquín Rock y, todas las víctimas del cielo, van a supervisar tus horas de cola para ver rodar el sol sobre las cabelleras sacudidas. Sobre los antebrazos tatuados, siempre en alto. Ni Las Pelotas, ni Divididos pueden presumir de tus 20 años de rock en las pupilas. De la música del azar haciendo girar la perinola de lo incomprensible. 
Barro, transpiración y baños químicos suponen la materialización de una utopía hecha realidad: la pasión por la música rock, la oda que sacude a miles de personas. 
Tu familia lo sabe y quiere estar. La ida y vuelta al festival más potente de latinoamérica es un sonajero que interpela las expectativas anuales de diversas generaciones. Y supone una negociación imposible: ¿cómo vamos a estar en cada escenario del festival en el horario que demandan nuestros gustos? Hemos de ver a Wos, a Ciro, a La vela, a Las Pastillas, a Los Babas, a Duki, o a nuestros Telescopios, y en el medio caminar juntos. 
Una chica en el cielo indica que el asunto es transitar el tiempo, habitar eso que llamamos festivales mientras la virgen pasó haciendo ala delta. 
Te das cuenta que se acaba la nota, que querrías haber escrito sobre los teatros de Córdoba y toda su magia, sobre ir al cine con Java Pez, y no queda mucho espacio para señalar la edición de Cosquín Rock on line (8 y 9 de Agosto). Para aguantar la pandemia y revisar que las zapatillas para los shows estén lavadas. Estén esperando pisotones, estén conectadas con las orejas y dispuestas a transmitirle a tu ser la pasión por la cultura viva. 

Con cautela creyente persignás, haciendo la R de Rodrigo, a los tuyos. Acomodás el calzado familiar en una filita, cerca del auto, y te acordás que sos cordobés / que te gustan los bailes … y después de todos los streamings en el living, te acostás con la certeza que vamos a volver. Que vamos a entrar con los ojos apretados en la letra cuartetera, vamos a señalar los dos hemisferios del cielo con dedos índices, y las caderas rítmicas corroborarán su carácter indomable. Con guitarras y bombos, con el texto en el cuerpo y los puños en alto.-

Comentarios

Juan Jimenez ha dicho que…
Espectacular como siempre amigo! 👏🏼👏🏼 Que viva nuestra música!
Juan Jimenez ha dicho que…
Impecable como siempre querido Pancho! Que viva nuestra música!!!