Políticas culturales en el SXXI: taxonomías, ergonomías y folksonomías

Abordar una política pública, analizar una estrategia comercial, o leer en clave politológica la labor de una organización sin fines de lucro, nos anima a pensar una tipificación de las políticas culturales. Proponemos las siguientes categorías taxonómicas, ergonómicas y folksonómicas.


En el primero de los casos: las taxonomías en materia de política cultural suponen "ordenamientos reglados" y abordan las sociedades y culturas desde una percepción biológica clasificatoria.

Existe un orden con jerarquías que se abordan según procedimientos sistemáticos preexistentes. Hay una hipótesis de evolución sin demasiados matices y se puede trazar una mecanicidad de administración. Así, organizaciones de museos o bibliotecas, así como sectores que gestionan ferias de arte o libros, nacieron con una misión clasificable y predeterminada. Habitualmente estas están ligadas a la institucionalización de cadenas de valor vinculadas con las avejentadas industrias culturales del SXIX y hoy parecieran enfrentar su fecha de vencimiento.

Museos que se preocupan por colgar cuadros, ferias que se centran en lo transaccional, y productoras audiovisuales que entienden su negocio de la mano de un formato responden a una taxonomía que, por más actualizada que esté, opera desde la rigidez.

La pandemia del COVID 19 dejó/ deja / dejará una lección en materia cultural: la creatividad también es reinventar la naturaleza de la actividad.

LLamativamente, proyectos novedosos subvierten las taxonomías, como por ejemplo el auge de la industria de los cassettes , ver en emprendimientos como La Casetería.
Las Ferias de Artesanías, como la de
Las Rosas en Traslasierra son un buen ejemplo de
Folksonomías y fenómenos emergentes.


La segunda hipótesis que se plantea es la de políticas culturales ergonómicas. En este caso no estamos frente a hipótesis clasificatorias que condicionen el abordaje de manera previa con una taxonomía, sino que se buscará una instancia atravesada por la ergonomía. En este caso la condición será buscar características y necesidades aportadas por los trabajadores involucrados en el proceso. Los elementos fundantes no vendrán impuestos y del exterior sino que serán condiciones fisiológicas, psicológicas o capacidades de los involucrados. La organización se preocupará por el vínculo con el entorno y -actualmente cada vez más- las máquinas y deducirá las mejores decisiones posibles.

La forma y el fondo de la política cultural están atravesadas por estas características y, a manera de ejemplo, una orquesta podrá condicionar su funcionamiento a estas premisas, sus instrumentos, sus cuerdas... También podría plantearse que una biblioteca se preocupe por las condiciones de labor y acceso a una tecnología (como son los libros que, recordemos son una tecnología de muchas que permiten el acceso a textos). En este caso se perdería de vista que el desafío es el conocimiento, la imaginación, la lectura y no el papel, las sillas y el bibliotecario. Más de lo mismo sucederá si la orquesta, en lugar de comprometerse con la música, condiciona su presente y futuro a los instrumentos y sus intérpretes -en ese orden-.




Una política cultural folksonomía, responde a la idea de folksonomía como concepto antagónico al de taxonomía. Aquí, en lugar de clasificaciones estáticas y preexistentes nos enfrentamos a participación y construcción social. La clasificación surge y muta debido a la colaboración de un pueblo (flok, volk) sin jerarquías.

Un pueblo, por cierto, redefinido que se podría definir mejor como “una comunidad”.

Proveniente de las nuevas tecnologías de plataformas destinadas a prosumidores , instagram o twitter son ámbitos de construcción de folksonomías -y también de postverdades (capítulo que podría considerarse uno de los riesgos)- que deberíamos llevar adelante en las políticas de las organizaciones culturales donde aparecen “nubes de etiquetas” provenientes de sistemas abiertos.

También escritas con C, las folcsonomías se constituyen con usuarios colaborando en la descripción de un mismo material y wikipedia es su mejor ejemplo. Jon Udell (2004) sugiere que "... es el intercambio de opiniones (el feedback) que se da en la folcsonomía y no en la taxonomía." El término, novedoso por cierto, de folcsonomía pareciera pertenecerle a Thomas Vander Wal y nos interesa el desafió de pensarlo, ya no como procedimiento de red social o virtual, sino como matriz de funcionamiento de una organización cultural.



Aquí deberíamos hacernos eco de lo que propone Franco Bifo Berardi (2017) al hablar de sensibilidad “esa facultad que hace posible la interpretación de signos que no pueden definirse con precisión en términos verbales” en el marco de una disolución de lo humanista puesto que “ya no era capaz (el autor, y los sujetos) de entender algo muy sutil y al mismo tiempo esencial como el gesto que puede ser o bien una invitación, o bien un rechazo”.

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