(Publicado por la Sección Opinión de La Voz del Interior, 14/6/19)
El Libro, como objeto de culto, es celebrado de diversas formas y en varios momentos del calendario. UNESCO promueve hace exactamente 30 años, desde 1989, al 23 de Abril como el día mundial del libro debido a la supuesta coincidencia en los fallecimientos de Cervantes, Shakespeare e Inca Garcilaso de la Vega. Con mayor poética y menor mortalidad, vale destacar que ese día coincide con la celebración de Sant Jordi en Cataluña cuando la costumbre manda a intercambiar rosas y libros.
Mucho antes que UNESCO, en 1941, la Argentina había instalado al 15 de Junio como día nacional del libro adaptando una iniciativa del Consejo Nacional de Mujeres (ellas siempre ocupándose de los temas importantes) que desde 1908 venía enarbolando la idea de instalar una Fiesta del Libro. La idea festiva no sobrevivió a los grisáceos despachos de los ministros y sus resoluciones. Pero alcanzó para día nacional, con argumentos como su condición de “...espacio imperecedero del pensamiento y vínculo entre las generaciones”.
Estas características que vuelven única a la industria editorial atraviesan un preocupante proceso si se tienen en cuenta sus difíciles circunstancias actuales del sector.
Dejando el capítulo tecnológico para una última reflexión, la caída en las ventas cotidianas de las librerías, que se podría atemperar con una creciente modalidad de compra a distancia (Amazon, una de las compañías más valiosas del planeta y nació vendiendo libros online) es una arista que contrasta frente al entusiasmo siempre vigente del público. Las principales ferias del libro del país gozan de buena salud en convocatoria: La ciudad de Rosario acaba de cerrar la segunda edición de una renacida Feria del Libro con la misma cantidad de visitantes que el año pasado. Idéntica situación en cuanto a visitantes, describió la Feria en CABA, algo que también hemos percibido en nuestra ciudad.
Aunque el público festeja los libros, sus ventas y producción se desploman. Según el informe anual 2018 de la Cámara, la cantidad de publicaciones ha caído en los últimos tres años de 9806 a 8540, variante que se acrecienta analizando la cantidad de ejemplares de primera edición: mientras que en 2016 se imprimieron 20,9 millones de libros, en 2017 se editaron 19,1 millones y en 2018 sólo 14,7. Dice este estudio “Esto implica que la cantidad de ejemplares cada 10,000 habitantes pasó de 6.300 en 2016 a 4.400 en 2018”. Al ampliar el rango de muestra veremos que la venta de libros retrocede hace muchos años.
Otro tema candente es la importación de libros que crece aceleradamente (78,5, 128 y 175,2 millones de dólares importados en 2016, 2017 y 18) lo que desestabiliza la balanza comercial negativa desde -50,7 a -144,6 millones de dólares con la particularidad que “casi el 50% de las importaciones se destinan al canal quioscos”.
Además de aspectos de corte nacional como insumos dolarizados y una crisis del poder adquisitivo que se profundiza en los productos culturales, otras industrias creativas cercanas han transitado esta época con fuertes transformaciones: la industria musical ahora tiene su corazón de circulación en la red, lejos del rol estructural que tuvo lo discográfico, y lo demuestra un cordobés: Paulo Londra, es el artista argentino más escuchado del mundo, y no tenía un disco. Misteriosamente esta industria ha visto renacer de sus cenizas a los vinilos como un producto jerarquizado y con cierta condición atemporal.
Haciendo una analogía, puede pasar que cada vez más pensemos en libros como obras, y no como objetos lo que nos lleve a elegir con un criterio más amoroso y menos consumista los ejemplares objeto de nuestro deseo. Todo lo otro quedará relegado a dispositivos electrónicos. Inclusive en ese escenario tan distópico como presente, tan vertiginoso como amenazante, darse el lujo de acariciar el lomo de esas criaturas hermosas que viven en nuestra biblioteca, cobijando a miles de seres imaginarios en su interior -por usar un recurso borgiano-, así como la imperiosa necesidad de escuchar a tus hijos leer en voz alta uno de Julio Verne antes de irse a dormir, es un territorio que hemos de defender exigiendo políticas de estado activas, militancia en los ámbitos educativos y responsabilidad como consumidores a la hora de invertir en cultura.
Y en relación a los hijos, creer en los libros es crear para otros. Lo dijo el gran John Cheever “no pudo escribir sin un lector. Es precisamente como un beso, no puedes hacerlo solo.-
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