(Publicado por La Voz del Interior Viernes 23/9/16 en la sección opinión)
El lema 200 años de rotas cadenas, que acompaña a la Feria del Libro, impone un ánimo histórico que profundiza las reflexiones sobre el nuevo siglo que inicia la patria.
Pero esta aproximación a nuestro pasado intenta plasmarse con sus complejidades e itinerarios: a la independencia y los primeros años de vida nacional deberemos leerlos incluyendo la posición cordobesa, muchas veces yuxtapuesta al ánimo general. Hemos sumado el centenario de la asunción del primer presidente popular, Yrigoyen, junto a su relación con la Reforma Universitaria. Más cerca en el tiempo, señalamos el derrocamiento del presidente Illia (hace exactamente 50 años) que inició el atardecer de una democracia, cuya noche llegó hace 40 años, en Marzo del 76. La sentencia de la megacausa de La Perla, también aquí pero hacia todo el país, sigue escribiendo la historia y produciendo material para este encuentro literario.
Sin embargo, esta Feria se amplía a un antecedente más remoto que la propia independencia, y directamente vinculante con lo editorial: hace 250 años se imprimía en Córdoba el primer libro del territorio nacional. Por este motivo se encargó una maqueta de esa imprenta que nació jesuita en los sótanos de la vieja sede del Colegio Nacional de Monserrat (ahora al Museo San Alberto) y forma parte neurálgica del mayor acontecimiento cultural cordobés. Pero ese ancestro de todos los libros del país, esa fábrica de conocimiento que impulsó ideas a todo el organismo argentino, bombeando diversidad y pensamiento como nacimiento de las industrias culturales locales, también es una metáfora contemporánea para el actual momento bisagra de la actividad editorial.
Y es que hace poco tiempo, apenas unos años, se podía tomar un café con Daniel Salzano y comprobar que el poeta se metía 50 libros en la cabeza al año. Hace menos tiempo, la semana pasada, en la propia feria se ha podido comprobar que muchos estudiantes universitarios no terminaron ningún libro en el último año. Concretamente, esta generación ha cambiado abruptamente la manera de relacionarse con el conocimiento pues la lectura ahora se encuentra atravesada por lo multimedial, por otras condiciones de concentración, diferentes sensibilidades y, especialmente, se hay otra piel para las ideas.
A nadie se le escapa que es un cambio de hábitos repentino, violento, inclusive traumático para muchos de nosotros. Una crisis enorme para la historia de la humanidad, habituada a la imprenta desde hace siglos. Pero, como toda crisis, incluye grandes oportunidades: escribir y leer están más cerca que nunca. Inclusive, puede que seamos más libres que las generaciones analógicas previas, y tal vez las formas de exclusión y censura, tengan menos margen, como las imposiciones de las multinacionales.
La cultura se expande en redes descentralizadas integradas por usuarios que se perciben más poderosos que la generación anterior, y aunque jamás desaparecerán los libros -esa es una certeza y una lucha que nos ocupa- estamos obligados a reconocer que ahora el libro, como antiguo vehículo unívoco del conocimiento, ahora convive con recursos que se sitúan en nuevos territorios, ajenos a las cartografías de Guttenberg, y la Feria del libro presente y futuras deberán mapearlos para beneficio de la sociedad.-
El lema 200 años de rotas cadenas, que acompaña a la Feria del Libro, impone un ánimo histórico que profundiza las reflexiones sobre el nuevo siglo que inicia la patria.
Pero esta aproximación a nuestro pasado intenta plasmarse con sus complejidades e itinerarios: a la independencia y los primeros años de vida nacional deberemos leerlos incluyendo la posición cordobesa, muchas veces yuxtapuesta al ánimo general. Hemos sumado el centenario de la asunción del primer presidente popular, Yrigoyen, junto a su relación con la Reforma Universitaria. Más cerca en el tiempo, señalamos el derrocamiento del presidente Illia (hace exactamente 50 años) que inició el atardecer de una democracia, cuya noche llegó hace 40 años, en Marzo del 76. La sentencia de la megacausa de La Perla, también aquí pero hacia todo el país, sigue escribiendo la historia y produciendo material para este encuentro literario.
Sin embargo, esta Feria se amplía a un antecedente más remoto que la propia independencia, y directamente vinculante con lo editorial: hace 250 años se imprimía en Córdoba el primer libro del territorio nacional. Por este motivo se encargó una maqueta de esa imprenta que nació jesuita en los sótanos de la vieja sede del Colegio Nacional de Monserrat (ahora al Museo San Alberto) y forma parte neurálgica del mayor acontecimiento cultural cordobés. Pero ese ancestro de todos los libros del país, esa fábrica de conocimiento que impulsó ideas a todo el organismo argentino, bombeando diversidad y pensamiento como nacimiento de las industrias culturales locales, también es una metáfora contemporánea para el actual momento bisagra de la actividad editorial.
Y es que hace poco tiempo, apenas unos años, se podía tomar un café con Daniel Salzano y comprobar que el poeta se metía 50 libros en la cabeza al año. Hace menos tiempo, la semana pasada, en la propia feria se ha podido comprobar que muchos estudiantes universitarios no terminaron ningún libro en el último año. Concretamente, esta generación ha cambiado abruptamente la manera de relacionarse con el conocimiento pues la lectura ahora se encuentra atravesada por lo multimedial, por otras condiciones de concentración, diferentes sensibilidades y, especialmente, se hay otra piel para las ideas.
A nadie se le escapa que es un cambio de hábitos repentino, violento, inclusive traumático para muchos de nosotros. Una crisis enorme para la historia de la humanidad, habituada a la imprenta desde hace siglos. Pero, como toda crisis, incluye grandes oportunidades: escribir y leer están más cerca que nunca. Inclusive, puede que seamos más libres que las generaciones analógicas previas, y tal vez las formas de exclusión y censura, tengan menos margen, como las imposiciones de las multinacionales.
La cultura se expande en redes descentralizadas integradas por usuarios que se perciben más poderosos que la generación anterior, y aunque jamás desaparecerán los libros -esa es una certeza y una lucha que nos ocupa- estamos obligados a reconocer que ahora el libro, como antiguo vehículo unívoco del conocimiento, ahora convive con recursos que se sitúan en nuevos territorios, ajenos a las cartografías de Guttenberg, y la Feria del libro presente y futuras deberán mapearlos para beneficio de la sociedad.-
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