[Publicado por La Voz del Interior, en su suplemento Temas del Domingo 16/8/15]
Hay un sinfín de prácticas recreativas que datan de un tiempo
inmemorial. Mayoritariamente tienen por
protagonista a la infancia, pero de manera no excluyente. De la misma manera es
interesante la distancia que separa al juego del deporte en tanto este último
mueve las ansias de ganar.
Son juegos para realizar en grupo, al aire libre o en la cochera, y no
tienen costo. Inclusive construyen vínculo social y permiten ejercitar
aptitudes motrices. Reconocen su linaje en las cosquillas, la tatarabuela de lo
lúdico. Contrariamente a lo pensado, suponen
compartir tiempo y sonrisas, y eso no tiene precio. Sobrinos, hijos, nietos,
ahijados, vecinos… todos los beneficiarios de unas horas de calidad -sin otra
razón de ser que compartir- lo atesorarán por encima de la mayor adquisición
tecnológica. Así mismo, vale reconocer que cada vez más investigadores
reivindican el uso de los juegos mediados por la tecnología (históricamente
demonizados) como una manera más de entrenar a una generación obligatoriamente
tecnologizada. También existe, en ese mundo de pantallas posibilidades de
compartir y, por sobre todas las cosas, transferirles capacidad crítica.
(1) Jugar a la pelota. El comúnmente denostado gol-entra que se ejercita entre dos Jacarandas de la vereda -y muy
a pesar del auto del vecino- es una práctica milenaria que conviene
reivindicar. Siendo rigurosos, los griegos jugaban a unas versiones
prehistóricas del quemado y el volley, según Homero. Más allá de que el jugador
se crea, en estos tiempos Leonel Messi, la
actividad futbolística propiamente se remonta a la edad media y se ubica en las
islas británicas. Sin embargo, e independientemente del origen del deporte, la
cultura guaranítica lo practicó como pasatiempo y, cuando los jesuitas llegaron
a estas tierras se impresionaron por la pasión que despertaba entre los locales
patear una pelota con los pies desnudos. Con los pies o las manos, desde los
comienzos de la civilización occidental se asocia el uso de una pelota al
desarrollo de psicomotricidad.
(2) Las bolitas también fueron furor hace siglos. Según Ovidio, parece
ser que nuestros ancestros usaron nueces
y disfrutaban de una versión ancestral mixturando lo que hoy conocemos como
canicas con las bochas.
(3) Según Pericles el yo-yo, el aro y el tejo, también fueron juegos de amplia historia en el
trayecto que nos separa de la civilización helénica. Platón valora la
participación en las prácticas de esparcimiento como una intención de sumarse a
la civilización.
(4) La Rayuela, de origen renacentista y sumatoria nacional
cortazariana, es una pariente no reconocida del tejo. Con necesidades básicas
bastante humildes (una tiza) y posibilidades celestiales, viene a ser la
versión lúdica del viaje de Dante desde el Purgatorio hacia el Paraíso.
(5) Autitos / Muñecas. No hay registro de una cultura que no haya hecho
carros para sus niños. Y conviene, ahora que el hombre llegó a la Luna y los
teléfonos no tienen cable ni antena, decir que para mis cuarenta, en pocos meses, sólo quiero que me regalen
autitos. Y el que consiga un Ramblert gana. Muñecas de trapo, de porcelana o de época; autitos de escala con plomo para
ganar, o recién desenterrados, suponían el pasaporte a la felicidad. El
aspiracional burgés y las primeras bolillas del ciudadano del SXX. Contar con
un Renault 18 escala 1:50 cuyas puertas se abrían, en la antigua Grecia o en
Alto Alberdi, garantizaba muchos fines de semana con la panza en el piso y el
bbrrrrrum en la garganta.
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