Antes de todos estos mouse y pantallas táctiles, la
diversión más popular de la siesta consistía en tocar el timbre de una casa
–idealmente una en la que estuvieran durmiendo- e irse, no sin antes insistir, a
un escondite seguro. El resto de los adherentes debían observar a la
somnolienta víctima recorrer el vacío del pórtico con la mirada y reírse a un
volumen moderado.
Dado que los countries, al menos en esta ciudad datan de los
noventas, esta práctica no distinguía condiciones sociales, sexuales, ni geográficas.
Aunque su auge fue en los setenta –quien suscribe llegó tarde (como siempre). Yo
integré una de las últimas cofradías de los practicantes del ring-raje, allá
por los ochenta. Dice el mito que un[i],
lo que le permitió plantear la teoría de los memes allá por 1976, año de mi natalicio.
a de esas siestas de los setenta alguien
sometió al científico Richard Dawkins a un ring-raje en su Inglaterra natal
Pero antes de desviar nuestra atención a temas de menor
monta, como pueden ser las teorías evolutivas que revolucionaron la forma en
que entendemos la ciencia y el conocimiento, reconozcamos que las tecnologías
de la comunicación evolucionaron: el timbre fue reemplazado entre muchos
vecinos por el teléfono, como elemento para sus comunicaciones. Si los últimos
setentas fueron años de ring-raje (en adelante rr), los últimos ochentas fueron
años de cachadas telefónicas luego tristemente parodiadas por Bart Simpson.
Efectivamente el avance de la telefónica de la mano del plan Megatel trajo
aparejado una nueva práctica consistente en llamar a algunas familias al azar para
tomarlas por sorpresa o, idealmente antiguas víctimas del rr, o cuyos apellidos
tuvieran relación con frutas “Familia Banana” de la calle Maestro Vidal, o
verduras como el caso de Orlando Berenjena de barrio Suipacha. Todos estos
vecinos eran sometidos a bruscos cambios de realidad. La brevedad, así como la
búsqueda de la broma perfecta, venían de la mana de una emoción oculta o una
referencia sociocultural. Y la sencillez. La sorpresa, idealmente la
contundencia de un único concepto eran la base. Paradigmáticamente el humor ha
de ser despojado en estos casos. No se trata aquí de demostrar, como en
instancias de un espectáculo humorístico en un escenario, y hacia un público,
cierta capacidad para la floritura del relato.
En el colegio, laboratorio de todo proceso cultural, las
bromas no era orales sino fundamentalmente pictóricas: el parecido entre el
peinado de nuestra compañera de banco y un little pony era la base de un papel que podía circular por varias
aulas y ser el murmullo de un recreo entero, aunque la característica de todos
estos mecanismos siempre fue su evanescencia. Mañana nadie se parece a un
Little pony y deberemos empezar de nuevo. Y hay que insistir, entre pares (alumnos, vecinos,
cibernautas) nada de adornos ¡Pum! referencia y listo. Fuera de la escuela nuevamente, y poco
después de haber mandado a desguace a todas las Drean Commodore, nos fueron enviaron
correos, el primero con noticias, el segundo con publicidad y el tercero del
amigo chistoso (sí, el que dibujaba en clase las caricaturas y cuyas cuentas
familiares de teléfono era tan largas como graciosas sus cachadas). Corrían los
noventas y estas cadenas de textos graciosos fueron rápidamente reemplazadas
por powerpoints cuya falta de comicidad era exactamente igual a lo complejo que
resultaba hacerlos atravesar una conexión dial up.
Stickers virtuales sobre fotos interpelando con una idea
simple una imagen y creando un nuevo sentido cuya apoyatura siempre es una
referencia social y cultural. El ridículo, así como lo bizarro y lo paródico
ganaron espacio y, gracias a la posibilidad de comparar en tiempo real lo
original con la parodia en youtube, el humor cobró una nueva dimensión
intratemporal, tal como propone Damian Fraticelli en “El arte de las parodias”
(Colabor_arte Scolari, Carlón: 2012).
Los memes son ladrillos de humor sencillos, breves,
inmediatos, desconcertantes que construyen una trama efímera pero que ganan
espacio y hasta su propia historia, y que han dejado de ser patrimonio de los
hardusers para democratizarse. ¿Tenés un meme? Conocé su historia en http://knowyourmeme.com/ donde miles y
miles de memes están listado, analizados e indexados. Si lo tuyo no es la investigación
académica, pues en Youtube buscá a slenderman u otros profetas virales de los
memes.
Tetas desparejas, patinadas, caídas, gatos modificados
burdamente que hablan, el chavo del ocho, skaters desafortunados, futbolistas,
bebes ocurrentes y muchas otras piezas culturales vomitadas por el
memegenerator componen una heterogénea trama semiótica que caracteriza lo
cualitativo de muchas telecomunicaciones.
¿Y Dawkins? Richard Dawkins[ii]
es un investigador y divulgador que editó en 1976 El gen egoísta proponiendo la idea de meme, como “el” elemento estructurante de la comunicación y la
cultura. Mientras el paisaje de la naturaleza y el ecosistema están dominados
por billones de genes que, mediante complejos mecanismos –como cada una de las
formas de vida-, se entremezclan en busca de su propia supervivencia y continua
adaptación, en tanto la menor medida de información viva, los memes son la
unidad del conocimiento. Lo mínimo que una persona puede transferirle a otra,
una idea en estado puro, un concepto, un ladrillo de la construcción cultural
que inicia junto a su andadura, su madurez, su polenización telecomunicacional,
y el riesgo inminente de ser fugaz.
Jorge tiene aliento a pedo. No mucho más.
Los genes escondidos en cada uno de los seres vivos dan su
batalla por la continuidad del legado, mientras que los memes son casi un
chiste que le han hecho al pobre Richard ¿Rajamos?
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