Verdad y mentira; realidad y ficción. Emoción y
entelequia. Psiquis. Todas formas tremendas de recortar la realidad, todas
maneras más o menos justificadas de parafrasear a Herbert Spencer, con aquello del
“Asesinato de una bella teoría por una pandilla de hechos brutales”.
Lo concreto es
que Lippman[1] propone
un interesante espacio entre el observador y lo observado que denomina
pseudoambiente. Ese vasto territorio entre lo real y lo que el hombre cree ver
es una oportunidad de construcción de una realidad interpretada, alimentada de
subjetividades donde sucede –con mayor o menor grado- la ficción. Vale señalar
que la ficción no es necesariamente unaa antípoda de la realidad sino
sencillamente una variante.
Al mismo tiempo,
ficción no es sinónimo de una realidad imposible, sino una zona que puede tener
un grado mayor o menor de certeza pero que ha sido delineado por un hombre y no
transcripto de la verdad, como William James (EEUU; 1842 / 1919) propone al
referirse a la cultura.
Algo muy interesante en el texto de Lippman,
saliéndose un poco del tema pseudoambiente y trasladándose a las reacciones de
los hombres podría ser la siguiente hipótesis “El analista de la opinión pública
debe comenzar por reconocer la relación triangular entre la escena de la
acción, la representación humana de dicha escena y la respuesta del hombre a
esa representación que se manifiesta en la escena de la acción”[2].
Esa reacción estaría alimentada, o por la emotividad, o la intelectualidad, y tal
vez sería fruto de la ciencia, o de la opinión. En ese sentido difícilmente
encontraríamos mejor parangón que en la obra “El rapto de psique”[3]
relato en el que Eros, o Cupido, toma a Psique – el hálito, la mariposa, la
vida misma. Al leer la historia de amor entre Psique y Cupido, o la entelequia
y la emotividad, podríamos concluir que aquel combustible que subyace en el
pseudoambiente y es la tinta de la ficción está en permanente tensión, como dos
amantes voraces que lo fueron.-
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