A los efectos de definir las industrias
culturales en general, la TV o el audiovisual doméstico en particular, vienen a
cuento las ideas de Zallo quien sugiere “un conjunto de ramas, segmentos y actividades
auxiliares industriales productoras y distribuidoras de mercancías con
contenidos simbólicos, concebidas por un trabajo creativo, organizadas por un
capital que se valoriza y destinadas finalmente a los mercados de consumo, con
una función de reproducción ideológica y social”.
Ajustada la idea de Industria
Cultural vale decir que el fordismo es un modelo de industrialización propio de
comienzos del SXX y vigente hasta la crisis de los 70s cuando se impusiera una
versión denominada el Toyotismo. El fordismo se apoya en
la producción seriada
y mecanizada con buenas condiciones para los trabajadores. Reajustado con ideas
keynesianas se pretendió darle un mayor compromiso social con los actores involucrados
en al producción. Sin embrago fue superado por el Toyotismo, un modelo más
preciso con mejores procesos de gestión y una individualización del trabajador,
muy a pesar de Mr. Burns. Así el jefe del sector 7G recupera es cada vez más
Homer.
En televisión, según Graham, el proceso fordista estaba apoyado
en la producción de receptores, así como en el ageneración de contenidos
televisables. Con un capitalismo exacerbado, la acumulación impulsó la
fabricación de aparatos mediante diversas técnicas como la imposición de
avances científicos y la inyección del concepto de obsolescencia. Pero, tal vez
indirecto pero muy importante, lo que realmente instaló a la TV como el tronco
del capitalismo de la segunda mitad del SXX fue su capacidad para difundir y
promocionar bienes codiciados y simbólicamente referenciales de la clase media
americana. Esta operación se completó con un proceso igual, de imposición y
posicionamiento, de una elite intelectual y política unánimemente proyectada
desde la pantalla. Mientras las instituciones tradicionales, como la iglesia
perdían terreno, la industria electrónica conseguía un equilibrio con las
fuerzas estatales, los patrocinantes y el público televidente.
El menú de la TV ofrecía productos precocinados y
producciones de larga duración consiguiendo televidentes prefabricados, crítica
que Aldous Huxley en su obra “un mundo feliz” le haría al modelo fordista
ironizando con niños prefabricados. Estas nuevas familias, habitantes de la
privatización móvil del Birminghiano Wlliams, estaría en manos del estado en algunos estados
como en Europa, Privados, en EEUU o híbridos configurando de qué manera las
tecnologías se transformaban en ámbitos de comunicación social (más Williams). Siempre
haciendo equilibrio entre el tirón de demanda de aparatos mediante cambios de
tecnología y, por otro lado, la construcción de un canal de marketing fordista
y masivo subvencionado por el uso gratuito del espectro se conseguía, como se
dijo, una opinión pública cohesionada para el stablishment político y su
intelectualidad.
Hoy, muchos años después, aun persisten estas dinámicas
presentes en una intención de situar determinados debates en programas de
canales públicos como 678, mientras que PPT, desde Canal 13 hace un esfuerzo en
sentido contrario, preocupado por los intereses de una compañía.
Esta referencia a la actualidad permite ilustrar la descomposición del modelo
fordista, pues sin ánimo de hacer un acto de futurología, cuenta la propia
historia de la TV –del fordismo al postfordismo- que el satélite, el cable y la
banda ancha son al consecuencia de la aparición de consorcios empresariales con
un peso específico enorme e intereses más amplios que los específicamente
televisivos. Estas compañías que provenían de los sectores de defensa y
telecomunicaciones se expandieron como un Dino Egg trasnacionalizándose desde
lo comercial hasta lo económico, ramificando en lo político. Los contenidos perforaron fronteras infiltrados en los circuitos y cables, y se insuflaron de coraje gracias a
la VCR que permitió hacer televisión con menores recursos, al mismo tiempo que
establecen una relación parasitaria con el aparato al poder gravar y reproducir
con independencia. Ramón Zallo, cambiando de autor, cree que ese nuevo modelo televisivo
está controlado por un programador y no por un director. Como consecuencia se
producen productos para los criterios del mercado –como en ese chiste frecuente
de la tv que se rie de sí misma al incluir un personaje que, en nombre del
canal, exige cambios drásticos en una producción debido a los gustos y estudios
del público. Todo el proceso está, en cierta medida, monitoreado por una
compañía en función de sus intereses. Mientras que el fordismo ha sido un modelo de producción audiovisual estructurado, el postfordismo y sus características se salen de la pantalla para “pantallizarlo” todo y exigirle a la realidad que entre en su pantalla, en sus horarios picos, en sus reglas de juego. El nuevo mercado cultural es, al mismo tiempo que global, enredado, y en procesos rizomáticos que han jaqueado la capacidad de control e incidencia del estado, salvo claro, que este último mute a un modelo de guerra de guerrillas a la par de las corporaciones, y por consiguiente como una más.
Con un modelo de producción más económico y
libre, la capacidad de construir ideología y legitimidad política de la TV se
diluye dejando cada vez más espacio para el espectáculo. PPT, para sostener el
ejemplo, no sólo informa –si lo hace- sino que debe divertir para sostenerse.
Programas superconsumidos, como JackAss son el postfordismo en su máxima
expresión: hechos por pocos, sin cadena de producción clara y haciendo de los
antivalores un producto. Los nuevos
productos audiovisuales, como los espectáculos deportivos (porque lo son, ténganse
en cuenta que han perdido su razón de ser en sí misma –jugar al futbol- para
hacerse a la hora que conviene programarlos subvirtiendo su naturaleza), los
conciertos, y hasta los acontecimientos históricos, etc.
Una
consecuencia de los antes dicho es que se profundiza la “desregulación” y privatización
del sector. Mientras que el fordismo creía en el valor trabajo que incrementa
el capital (se satisfacen necesidades y por
consiguiente se reporta una carga social positiva y objetiva, el postfordismo el
utilismo hace que los productos valgan según la opinión de los
televidentes y sus subjetividades. El
propio Zallo reconoce que “cada vez más, el saber intelectual se incorpora al sistema
de máquinas, aunque con límites reales inherentes a la naturaleza y destino de
la producción simbólica. El trabajo se dirige cada vez más a la definición de
una novedad, un tema, una noticia –que aliente al mercado vía renovación
continua- que al conjunto de fases de formación del producto”.
Las mismas noticias han dejado de ser un compacto
que le relata al televidente lo que pasó, para pasar a ser una razón de los
acontecimientos, siguiendo la línea de Innerarity (Granhermanismo político).
Esta simbiosis entre realidad y televisión obliga a quienes deseen hacer un acontecimiento
a hacerlo para la TV, y no como fuera en un comienzo.
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