La evolución de las
familias
Al mismo tiempo que
Córdoba y la primavera no consiguen consumar su amor durante este
concierto de vientos, unos tosen y otros, los más afortunados, serán
víctimas y beneficiarios del flechazo proveniente del arco de Cupido
o el de San Sebastián.
El ejercicio de la
aleatoriedad en las relaciones humanas junto al sabor picante de las
hormonas serán la partitura de la vida misma. Basta con observar las
constelaciones familiares para entenderlo y deducir que ese ritmo
tremendo nos altera.
Sin embargo, el recorrido
de los flechazos, el nacimiento de retoños primaverales y los fuegos
que se ahogan en sus propias cenizas van dibujando un mapa signado ya
no por familias tipo, sino por tipos de familias. Parejas homo y
heterosexuales se unen en primeras, segundas y enésimas nupcias para
constituirse en el núcleo de familias con hijos míos, tuyos y
nuestros. Pida permiso y pase al interior de las familias del siglo
21, así somos desde los últimos diez años.
Matrimonios y algo más
Con los resultados
recientemente difundidos del censo realizado en 2010 en las manos,
podemos confirmar que existen 40,1 millones de argentinos y que ha
habido una variación poblacional del 10%. Desde hace varias décadas
se han incluido consultas sobre la situación familiar de los
censados y, a pesar que este último censo se centró en las
condiciones de las viviendas del país, al hacer un ejercicio de
superposición con los datos del censo anterior, de 2001, enfocado en
recoger datos sobre la situación conyugal, los resultados serían
que
un 44 por ciento está, o
ha estado, en una relación de pareja. Además de casados y juntados,
en esta categoría se contemplarían los separados, divorciados y
viudos. Por el contrario, existe un 22 por ciento de los argentinos
que se conservan solteros y, debemos suponer, dispuestos a enredarse
con alguien esta primavera. Vale decir que estamos cruzando los datos
de los últimos dos censos.
Una complementación
entre el censo de 2001 y el de 2010
Completan la totalidad
nacional los jóvenes menores de 14 años que representarían un 34
por ciento, y cuyas situaciones de pareja no han sido contempladas.
En el Censo 2001, el
capítulo dedicado a la situación conyugal, acusaba como datos más
importantes que la mayoría de los casados tienen de 40 a 44 años,
mientras que los convivientes (técnicamente “en unión
consensual”) oscilan entre 25 y 29 años.
Las mujeres, por mucho,
son mayoría en el capítulo “separados y divorciados”, pues
representarían el 63 por ciento de los censados. Ellas, en la
división de edades estarán más divorciadas entre los 50 y los 54
años. Ellos, por su parte, tendrán esa condición entre los 45 y 49
años.
En materia
específicamente de vida familiar, el 85 por ciento de la población
vive en un hogar multipersonal, lo que significa, casi
exclusivamente, en nuestro país un hogar conyugal. En otras
latitudes es frecuente compartir vivienda para dividir gastos o
profundizar la amistad (como la serie Friends), pero en
Argentina, techo y familia son casi sinónimos.
Eso sí, de las familias
que viven juntas, el 83 por ciento son familias denominadas
“completas”, mientras que el 17 por ciento responde a un modelo
monoparental (refiriéndose a la presencia de un solo cónyuge).
Entre estas familias
monoparentales, la mayoría (57 por ciento) estaría liderada por una
mujer que tendrá entre 30 y 59 años. Hay más de dos mujeres de esa
edad liderando un hogar por cada hombre que lo hace.
A esta información del
Censo anterior podríamos agregarle datos del nuevo censo: hay 11
millones de viviendas en país. Estos “hogares” son, en un 79%,
casas, en un 17% departamentos, mientras que el resto de los
censados viven en casillas o ranchos. Aunque nos salgamos del tema
vale decir, también, que casi el 10% de estas familias usarán un
baño precario, y que el 2% ni siquieran cuentan con uno.
Algo tendrá eso de estar
juntos, pues pareciera que hay cierta tendencia a reincidir ¿si no,
cómo se explica una cantidad relativamente pequeña de separados o
divorciados?
También ese grupo (el de
los separados y divorciados), tiene mayoría de mujeres; por
cada hombre que se apartó de su pareja habrá, casi, dos mujeres.
Sin condenar al género
masculino, es un estereotipo que, después del divorcio, mamá y los
hijos se quedan juntos, mientras que papá se irá solo o, en muchos
casos, con su propia madre, engrosando la estadística de familias
monoparentales matriarcales.
Elogio de la madrastra (y
los padrastros, claro)
María del Valle se
separó de su esposo, con quien tuvo dos hijas. Al tiempo conoció a
Tomás, y vive con él desde hace más de una década. La más
pequeña de las niñas adora a su papá, lógicamente, y también
quiere mucho a Tomás, con quien ha convivido casi toda su vida.
Tomás también es
divorciado y también tiene dos hijos, de los cuales uno ya es padre.
María del Valle es
“abuelastra” (si es que existe la palabra), pero usemos
simplemente “abuela”, a pesar de que es demasiado joven, si se
tienen en cuenta sus propias hijas.
La familia colombiana, Fernando Botero, 1973 |
Esta constelación
familiar, como muchas en la actualidad, no tiene la forma tradicional
del árbol genealógico, sino que sus ramificaciones están
entremezcladas o más distanciadas de lo habitual.
Los nietos serán unos
afortunados con tres abuelas, una extravagancia menos interesante que
aquellas familias donde algún cónyuge tiene nuevos hijos, muy
pequeños en comparación con los de su primer matrimonio. ¿Cuántos
casos conocemos de generaciones con menos edad que algún integrante
de la anterior? Todo esto nos hace imaginar a tiernos tíos siendo
acunados por sus propios sobrinos.
En todo caso, deberemos
incorporar la idea de módulos familiares que incluyan segundas y
terceras nupcias, una fertilidad extendida, y una diversidad hogareña
que tiende a complejizarse.
María del Valle y Tomás,
de hecho, tienen una pareja de amigos que, entusiasmados con la ley
de matrimonio igualitario, se casaron y ahora tramitan la adopción
de una niña preciosa, aunque uno de ellos ya tiene hijos de su
primer matrimonio, una unión heterosexual.
Con familias de padres
del mismo sexo y con hijos de distintas parejas cuyas edades pueden
ser similares a las de los nietos, las madrastras y los padrastros
aún arrastran esa aura literaria y tenebrosa. Nadie quiere ser
presentado como “mi padrastro” o “mi madrastra”, porque
automáticamente el relato conducirá a Hansel y Gretel abandonados a
su suerte por la malvada nueva integrante de la familia. O
recordaremos las tristes historias de Cenicienta y Blancanieves,
cuyos zapatos parecieran quedarle bien a todo hijo de padres
divorciados cada vez que desea imponer sus caprichos.
Pero la vida, y
fundamentalmente la historia, demuestran lo contrario si contemplamos
que la principal causa de segundas nupcias ha sido, de la antigüedad
al siglo 20, la muerte de uno de los cónyuges y la necesidad de
sostener una estructura familiar.
Si antes la muerte era
causa o necesidad de volver a casarse, desde el divorcio a esta
parte, la principal causa de segundas nupcias es el amor, como
sostiene en su columna el padre Guillermo Mariani.
El temible divorcio
Vivir el divorcio de los
padres es terrible, pero esa tristeza se verá iluminada por el
alivio que conlleva dejar de estar expuestos al infernal clima de
agresiones y peleas. Además, mientras más apoyo reciban del
entorno, más fácil será la transición.
En ese sentido, habrá
que recordar que todavía hay instituciones educativas que excluyen a
niños que, ya dolidos por lo que viven en casa, son expulsados por
razones que nada tienen que ver con ellos y puestos a la intemperie
de su círculo íntimo justo cuando más lo necesitan.
Alejandro Xul Solar, pais rojo teti, 1949, Museo Xul Solar |
Hay que confiar en que la
dolorosa situación de una familia que se modifica dará lugar a un
nuevo enjambre familiar con una promesa de felicidad, cariño y
compañerismo exactamente igual al de todo inicio.
¿Cuántos padrastros
estarán manejando el auto hacia la escuela de su hijastro mañana
temprano? ¿Y cuántos fueron anoche en piyama hasta la puerta de una
fiesta? Y hoy, domingo de asadito ¿cuántas madrastras harán las
ensaladas, después de bañar a un niño que no desciende de ellas?
Vivimos en el futuro,
cuando la ausencia de lineas rectas es una posibilidad para estar
juntos, y los hijos con sus apellidos diversos son sólo un pretexto
más para complicarle la vida a ese fabricante de adhesivos
familiares para los autos que debe estar haciéndose rico.
Madre ¿hay una sola?
Nadie quiere a su mamá
más que su hijo. Nada puede competir, ni remotamente, con la
potencia mágica de la mirada gorjeante de un hijo. Pero lo mismo
pueden decir mis vecinos, y los del lado, y los siguientes. Cada
familia es especial; un conjunto misterioso cuya geometría surge de
las distancias y uniones entre los componentes.
Casarse, divorciarse y,
más recientemente, poder unirse con personas que han tenido
elecciones de género diferentes están modificando esa métrica
hogareña desde un 12 de junio de 1987 cuando la Ley de Divorcio
Vincular, número 23.515, se publicó en el Boletín Oficial.
Fue el gobierno de Raúl
Alfonsín, en plena fiesta de la democracia, quien ganó la pulseada
con la Iglesia y sacó al país de la triste lista donde se hundía
junto a las últimas cinco naciones sin divorcio
vincular del mundo.
Con amenazas de
excomunión y no pocas corridas, la ley se votó y benefició a más
de tres millones de personas, en ese momento separadas o deseando
hacerlo.
Además de constituirse
en una forma de regular el futuro de muchas parejas que deseaban
seguir, o iniciar una vida en conjunto sin discriminación, la Ley de
Divorcio y, varias décadas después, la Ley de Matrimonio
Igualitario, sacaron a padres e hijos de la ilegalidad y la vergüenza
para garantizarles los mismos derechos humanos que todos tenemos:
amarse, unirse, tener hijos.
Otro supuesto flagelo que
iba a sufrir la sociedad era una catarata de divorcios, que nunca
llegó, o el completo abandono de la institución casamiento, debate
superado gracias a muchas parejas que siguen alquilando salones de
fiestas, inclusive después de haberse divorciado.
Hoy, décadas después,
las tasas de divorcios se mantienen estables e inclusive bajan, como
se puede
observar en las
estadísticas de la Ciudad de Córdoba.
Tendencias
La doctora María
Virginia Bertoldi de Fourcade es vocal de Cámara del fuero de
Familia y directora de una importante investigación sobre la
disolución de los matrimonios en Córdoba. Tomó una muestra de
5.500 casos entre el año 2000 y 2004, e identificó numerosas
tendencias que constituyen uno de los pocos estudios serios del país.
Es, si se quiere, la autoridad en divorcios.
En el trabajo se observa
el liderazgo femenino en la petición de divorcio, la detección de
una franja frágil entre los 36 y los 50 años, un momento delicado
en torno a los 12 años de matrimonio, una
mayoría de parejas con
un hijo que recurren a los tribunales y, normalmente, la tenencia de
los niños en manos de la madre.
En una conversación
reciente, la doctora Bertoldi consideró que muchas tendencias se
sostienen, aunque subrayó que se observan menos casamientos,
especialmente si se tiene en cuenta el crecimiento poblacional.
Específicamente, en
cuanto al divorcio, hay una mayor cantidad de tenencias compartidas e
inclusive de padres a cargo de los hijos; familias cada vez más
ensambladas con las consecuentes nuevas tipologías familiares y,
sorpresivamente, se ha detectado que los divorcios tuvieron cierta
tendencia decreciente en 2009 y 2010.
Según la percepción de
la magistrada, apoyada por datos estadísticos, se sigue divorciando
alrededor de un 30 por ciento de las parejas que se casan, pero la
cantidad de divorcios se redujo entre un ocho y un 15 por ciento.
También consideró que
el impacto del matrimonio igualitario no es significativo, ni en
términos de uniones, ni de divorcios. En un futuro, concluyó,
divorciarse debería ser más sencillo. En cuanto a
los aspectos
patrimoniales, tendrán que existir distintas posibilidades para
acordar la sociedad de ganancias.
La presencia del otro
El doctor Gustavo
Falavigna es médico psiquiatra especialista en temas familiares,
evaluador de Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación
Universitaria (Coneau) y miembro del proyecto Casa de Familia. Puesto
a reflexionar sobre la relación entre los hijos y el nuevo cónyuge,
Falavigna opinó que los niños “son personas fusionables”, ya
que justamente pueden fusionar adecuadamente la paternidad biológica
y la convivencia con otro referente.
De hecho, opina que gran
parte de las funciones paternas o maternas están atravesadas por la
convivencia, la necesidad de determinar límites y construir
autoridad. El techo delimita los modelos de comportamiento y
establece los lineamientos para los niños.
Sobre la presencia del ex
cónyuge, el médico concluye que “se ha avanzado bastante en la
presencia del otro” (por ejemplo en eventos como un bautismo, una
comunión u otros acontecimientos), porque hay una generación de
adultos que debe cuidar de sus crías, y desde un punto de vista
práctico, no importa el tipo de familia sino cómo protegemos la
descendencia.
La incomodidad del
divorciado pareciera ser más marcada en los casos de segundas
nupcias con personas del mismo sexo, asunto que, como la posibilidad
de adopción, despertó muchos debates.
En ese sentido, la lógica
se impone y el especialista dice que “las parejas gays pueden tener
igual o más cariño y cuidado para sus hijos que las
heterosexuales”, pero son víctimas de la homofobia imperante.
Recuerda, en ese sentido,
que se habla de homosexualidad desde hace un siglo y medio, que la
homofobia recién se entendió en 1975, y que la homoparentalidad es
un derecho humano, pero que se empezó a debatir hace un puñado de
años, en 1996.
Son los muebles
Familia y hogar son casi
sinónimos, esa es una primera conclusión. Además, la continuidad
de la institución matrimonio como un momento que todos (y
especialmente todas) queremos es otra conclusión. Por otro lado hay
que subrayar que la cantidad de parejas que interrumpen su unión no
presenta variaciones estadísticas desde hace un tiempo considerable.
Al estereotipo de mamá a
cargo (90 por ciento de los casos con niños pequeños, según
Clarín) lo debemos matizar con muchos papás que tienen tenencia
compartida y muchos padrastros y madrastras que colaboran cada vez
más en la felicidad que finalmente, todos desean al empezar,
volver a empezar, o
sostener una relación.
Dice Truman Capote en
Crucero de verano que “la fragancia consumida y las posesiones
raídas de la casa” dan testimonio de una vida en común difícil
de perturbar.
Parece ser que “aquella
vida, aquellas habitaciones, les pertenecían; y se pertenecían unos
a otros...” Entrar en un hogar, clasificado como sea en los censos
nacionales de 2001 y 2010, según las conclusiones de Bertoldi, o los
diagnósticos de Falavigna, sigue siendo una experiencia movilizadora
y, más allá del tipo con el que se corresponda, hay cierta
imantación entre los muebles y sus ropietarios que hace posible
imaginarlos moviendo los sillones para estar juntos en un tiempo
impreciso pero conmovedor, como el color del sillón del
living.-
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