Más que una opinión, sobre la convivencia en diversidad, tengo unas preguntas.
¿Por qué cuando se menciona la diversidad inmediatamente pensamos en minorías, en pocos, en diferentes y en otros? ¿Y por qué siempre el diferente potencialmente marginado es ese “otro”? En base a estos supuestos que son en rigor también prejuicios de los malos, algunos explican y de paso justifican, legitiman, la segregación. El desconocido puede ser diferente. El diferente, su diferencia, te interpela, te pone en riesgo. Entonces, indefenso, ignorante, rechazás al distinto porque te da miedo. Cliché. Alineados detrás de la bandera multicolor y cuadrillé, nos acomodamos como individuos políticamente correctos, superados, en un silencio tirante pero cómodo que permite no pensar en la propia diversidad: mis sangres mezcladas que se llevan a las patadas; mi costado masculino femenino, mi ciclotimia; mis envidias, mis otros yo, mis contradicciones; mi lado oscuro; el otro del otro. Somos diversos en nosotros mismos. Pero de eso, mucho no se habla.
En 1993 María Luisa Bemberg estrenó la onírica De eso no se habla. En la película, veterano y facherazo, Marcello Mastroianni se enamoraba de una enana cuya mamá-Luisina Brando en perfecto rol de negadora bestial y crispada-, había criado sin jamás mencionar la diferencia distintiva de su enanismo. Durante toda una vida, mamá, el pueblo de Santa José de los Altares, y la propia Charlotte, habían omitido mencionar la cuestión de la estatura so pretexto de ayudar a la pequeña a llevar una vida “normal”, alejada del señalamiento y, fundamentalmente, de una vida circense como destino cantado y temido. Cuando Marcello logra conquistarla y casarse, el pueblo entero festeja la boda frente a la sonrisa satisfecha de mamá. Suena vals. En brazos del novio, con un vestido tan largo que llega hasta el suelo, la novia es manipulada en las alturas. Alejándose del bullicio, la imagen funde a atardecer sobre un río. En off, Alfredo Alcón advierte que la verdad inexorable siempre llega. Siguiente escena: no acorralada por su miniatura sino fascinada por los brillos, Charlotte sin decir ni mú, vestida de domadora y montada en un caballo blanco, abandona el pueblo, el marido y la “normalidad” para encaravanarse con un circo. Luminosa, Bemeberg sí que había hablado. Y se había pronunciado a favor del respeto y el derecho a la libertad.
Casi 15 años después, Lucía Puenzo estrenó Xxy, con el subtítulo “El sexo nos hace hombres y mujeres. O ambas cosas” En silencio diferente pero silencio al fin, la película empuja lento y seguro hacia el abismo de dudas inquietantes al que Alex –hermafrodita adolescente en despertar sexual- puede arrojar a las personas. Los padres, los amigos, los pretendientes, los vecinos, los espectadores, todos necesitan una definición, y presionan. No negador sino protector, callado y respetuoso, el padre -Ricardo Darín- observa y escucha para poder acompañar la libre elección responsable del/a hijo/a, y apenas si se percibe el rumor angustiado de una madre ansiosa por matar, a punta de bisturí, el padecimiento que presupone la dualidad. La curiosidad genuina, la contradicción, la tensión entre rechazo y atracción que impone lo ambiguo, lo indefinible, o lo desconocido, el miedo, la ignorancia, el morbo, el pudor, el amor, la responsabilidad. Todo está presente en los silencios de Xxy como una gran pregunta que todos quisieran pero nadie puede responder.
En las últimas semanas se ha formado una pareja. Noelia Pompa, que es enana, va a participar del “Bailando” con el alado Hernán Piquín. La televisión argentina dedica muchas horas de debate a la dupla freak con la que Marcelo Tinelli empieza a calentar pantallas. Mucho ruido. La imagen, -Noelia perreando a ritmo de reggaeton, Noelia colgada del bailarín, Noelia llorando y agradeciendo a upa de los conductores- se tapa con griteríos y largas discusiones acerca de la pluralidad, y la igualdad de oportunidades para la petisa. Cuánto ruido.
Somos también un mundo diverso de adentro hacia afuera, y quizás lo que se nos demanda para una convivencia respetuosa, ya no sea hablar para contrarrestar el silenciamiento o para etiquetarnos, sino callarnos para conocer nuestras diferencias interiores. La diversidad nos va por dentro como una procesión a veces solitaria y dolorosa, y otras, brillante y contenedora.
Ahora que me lo pregunto, sería bajo una bandera multicolor cuadriculada, poblada de voces amigables, que preferiría celebrar las diversidades.-
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