(Publicado en la Revista Escenario de la Fundación del Teatro San Martín, diciembre de 2009)
Lo que en realidad decidí es no escribir esta columna. Es que la nota de Franco Rizzi está demasiado bien: con datos estadísticos, antecedentes, y sentido común. Además de pedirles disculpas a la editora de esta publicación, pensé en pegar un link de la OEI (oei.es/cultura/derechos_humanos.htm). Y listo, Chau. ¿Qué agregar, si además de las propuestas de Rizzi, en el portal de la OEI están las magníficas notas de Hugo Achugar, Jesús Prieto de Pedro, o Janusz Symonides? Prácticamente nada.
Sí valdría la pena, pero a esta altura ya no se si las editoras aceptarán mi columna, mencionar que hay una evidente emergencia del tema derechos culturales, y no está clara la causa.
En todo caso, pareciera ser que las necesidades de valorar lo humano de la humanidad, asentadas en 1948, y que luego fueran eje de infinitas reinvindicaciones a lo largo y ancho del mundo, incluyendo nuestro solar argento -tribu en la cual se llegó a confundir DDHH con izquierda, comunismo, o andá-a-saber-que- se ha trasladado al campo cultural.
Tal vez hemos dejado de vivir en la calle, en el espacio público, para trasladar a la humanidad toda (y sus conflictos, lógicamente) a la virtualidad, lo comunicacional y la información como una nueva forma de relacionarnos. Vivir en la globalidad, inmersos en un baño turco de multiculturalidad, es un desafío de identidad e intimidad que ha destapado la olla a presión de los derechos culturales eclipsando, por momentos los propios debates sobre los DDHH.
Cabe recordar que esta idea de “los derechos culturales como derechos humanos” fue el título de una reunión de la UNESCO en París del ´68, hecha libro bajo el mismo título poco después, y –no es necesario recordar- que entonces los malos eran de carne y hueso, y la batalla se libraba en la vereda, a trompadas o tiros. Ahora tenemos la sensación de enfrentarnos a La Matrix -que en lugar de estar compuesta por estados y dictadores, como la segunda mitad del SXX, está diseñada por megacorporaciones -con presupuestos más grandes que países- y anónimos ratones (podría decirse mouses) como adversarios. La necesidad de ejercer nuestros derechos culturales está, por consiguiente, en tiempos de una angustiosa actualidad y una circulación discursiva de doble sentido. Por un lado debemos evitar el suicidio de volvernos radicantes, como propone Bourriaud, rizomáticos, como señala Deleuze, o sencillamente peces globales sin tener garantizado -pero en serio- que la promesa del viaje hacia el progreso incluya una cantidad razonable de opciones y algún recurso de identidad, como para poder volver de ese viaje. Por otro lado, una vez navegantes o náufragos de la mundialización, los derechos culturales adquirirán otra realidad muy concreta ya que “el acceso a la información”, estando online, tiene un dimensión más problemática.
La garantía de la “correspondencia privada”, por ejemplo, que históricamente nos remitió a una imagen imaginaria de Fidel leyendo a hurtadillas las postales de Hilda Molina, hoy tiene otra talla si tenemos en cuenta que gmail me ofrece vacaciones en Brasil si un correo recibido dice veraneo en alguna línea. Gmail me lee la correspondencia. Tampoco es secreto que alguien no me está dando mis “partes del progreso científico y sus beneficios”. Es más, algunas empresas me dicen que mis propias fotos les pertenecen por estar en un álbum de su plataforma (como si Canon me reclamara las fotos tomadas con mi/¿su? cámara), pero esas mismas empresa me recuerdan que el software que yo compré, en realidad me lo prestaron. Un ejemplo fantástico -pero muy real- e irónicamente coherente sucedió en Agosto con la obra literaria 1984 de Orwell que fue borrada de manera remota y compulsiva de todos los Kindles que la hubieran comprado, por un problema de la empresa. Es como si Rubén (de Rubén Libros) pasase por mi casa y se llevase un libro que nos vendió sin que podamos hacer nada.
Si en 1968 los derechos culturales eran los que son y aun no hemos logrado demasiado, no quiero imaginarme que pasará con estos nuevos izquierdos culturales que viene a sumar complejidad y profundidad a su debate.-
(La idea de izquierdos de autor, para referirse a los derechos de autor registrados de formas alternativas fue acuñada por el gurú del software libre, Richard Stallman -quien no creo que me reclame copyrights-, pero vale la referencia.)
Lo que en realidad decidí es no escribir esta columna. Es que la nota de Franco Rizzi está demasiado bien: con datos estadísticos, antecedentes, y sentido común. Además de pedirles disculpas a la editora de esta publicación, pensé en pegar un link de la OEI (oei.es/cultura/derechos_humanos.htm). Y listo, Chau. ¿Qué agregar, si además de las propuestas de Rizzi, en el portal de la OEI están las magníficas notas de Hugo Achugar, Jesús Prieto de Pedro, o Janusz Symonides? Prácticamente nada.
Sí valdría la pena, pero a esta altura ya no se si las editoras aceptarán mi columna, mencionar que hay una evidente emergencia del tema derechos culturales, y no está clara la causa.
En todo caso, pareciera ser que las necesidades de valorar lo humano de la humanidad, asentadas en 1948, y que luego fueran eje de infinitas reinvindicaciones a lo largo y ancho del mundo, incluyendo nuestro solar argento -tribu en la cual se llegó a confundir DDHH con izquierda, comunismo, o andá-a-saber-que- se ha trasladado al campo cultural.
Tal vez hemos dejado de vivir en la calle, en el espacio público, para trasladar a la humanidad toda (y sus conflictos, lógicamente) a la virtualidad, lo comunicacional y la información como una nueva forma de relacionarnos. Vivir en la globalidad, inmersos en un baño turco de multiculturalidad, es un desafío de identidad e intimidad que ha destapado la olla a presión de los derechos culturales eclipsando, por momentos los propios debates sobre los DDHH.
Cabe recordar que esta idea de “los derechos culturales como derechos humanos” fue el título de una reunión de la UNESCO en París del ´68, hecha libro bajo el mismo título poco después, y –no es necesario recordar- que entonces los malos eran de carne y hueso, y la batalla se libraba en la vereda, a trompadas o tiros. Ahora tenemos la sensación de enfrentarnos a La Matrix -que en lugar de estar compuesta por estados y dictadores, como la segunda mitad del SXX, está diseñada por megacorporaciones -con presupuestos más grandes que países- y anónimos ratones (podría decirse mouses) como adversarios. La necesidad de ejercer nuestros derechos culturales está, por consiguiente, en tiempos de una angustiosa actualidad y una circulación discursiva de doble sentido. Por un lado debemos evitar el suicidio de volvernos radicantes, como propone Bourriaud, rizomáticos, como señala Deleuze, o sencillamente peces globales sin tener garantizado -pero en serio- que la promesa del viaje hacia el progreso incluya una cantidad razonable de opciones y algún recurso de identidad, como para poder volver de ese viaje. Por otro lado, una vez navegantes o náufragos de la mundialización, los derechos culturales adquirirán otra realidad muy concreta ya que “el acceso a la información”, estando online, tiene un dimensión más problemática.
La garantía de la “correspondencia privada”, por ejemplo, que históricamente nos remitió a una imagen imaginaria de Fidel leyendo a hurtadillas las postales de Hilda Molina, hoy tiene otra talla si tenemos en cuenta que gmail me ofrece vacaciones en Brasil si un correo recibido dice veraneo en alguna línea. Gmail me lee la correspondencia. Tampoco es secreto que alguien no me está dando mis “partes del progreso científico y sus beneficios”. Es más, algunas empresas me dicen que mis propias fotos les pertenecen por estar en un álbum de su plataforma (como si Canon me reclamara las fotos tomadas con mi/¿su? cámara), pero esas mismas empresa me recuerdan que el software que yo compré, en realidad me lo prestaron. Un ejemplo fantástico -pero muy real- e irónicamente coherente sucedió en Agosto con la obra literaria 1984 de Orwell que fue borrada de manera remota y compulsiva de todos los Kindles que la hubieran comprado, por un problema de la empresa. Es como si Rubén (de Rubén Libros) pasase por mi casa y se llevase un libro que nos vendió sin que podamos hacer nada.
Si en 1968 los derechos culturales eran los que son y aun no hemos logrado demasiado, no quiero imaginarme que pasará con estos nuevos izquierdos culturales que viene a sumar complejidad y profundidad a su debate.-
(La idea de izquierdos de autor, para referirse a los derechos de autor registrados de formas alternativas fue acuñada por el gurú del software libre, Richard Stallman -quien no creo que me reclame copyrights-, pero vale la referencia.)
Comentarios
¿dónde puedo ubicar la nota de Franco Rizzi que citás? no está en el link de la OEI.
Abrazos.-
s.-