(Publicado por La Voz del Interior, en el suplemento Temas, el 12/7/2009)
Hace un tiempo que la ciencia y el hombre parecen haber seguido caminos distintos. En algún momento el conocimiento humano se apartó de la propia humanidad y cobró soberanía. La ciencia, y su heredera, la tecnología, presumen -como bien señala el coordinador del ciclo Cristian Sánchez- de tener al hombre ¡su creador! debajo del microscopio.
El escritor norteamericano Paul Auster explica algo similar en su libro la Invención de la soledad, cuando habla de la sintaxis de la vida y la muerte: “…cuando un hombre entra en una habitación y uno le estrecha la mano, no siente que es su mano lo que estrecha, o que le estrecha la mano a su cuerpo, sino que le estrecha la mano a él”. Cuando hablamos de temas científicos pasa algo similar, sentimos que hablamos de algo que nos pertenece, que descubrimos, que nosotros -la humanidad- ha conseguido entender y por consiguiente es parte nuestra.
Sin embargo no está claro si nosotros somos el hombre del párrafo de Auster o si sólo somos la mano estrechada, y en ese caso, si la ciencia es la que nos entiende a nosotros, la que nos ha invadido hasta convertirse en una creencia, en una verdad superior a nosotros mismos.
Este comienzo de siglo está plagado de avances científicos tan radicales que no alcanzamos a dimensionarlos, pero que sin embargo se han colado en la cotidianeidad de nuestra vida de forma abrumadora: nuestra salud, nuestros teléfonos, nuestra comida, nuestro cielo, nuestra vida sexual, la posibilidad de darle vida a otras personas con nuestros órganos... los autos, aviones o transbordadores, la nanotecnología, la soja, la pasta de dientes, nuestra mente... todo está plagado de avances científicos que incorporamos con cierta normalidad, pero sin darnos un espacio para interiorizarnos sobre sus alcances y limitaciones, sus implicancias éticas, religiosas, los intereses comerciales que están detrás, los beneficios para la humanidad, o los perjuicios para el planeta.
El ciclo Creyentes del SXXI pretende enriquecer el debate y la reflexión en el seno de un espacio híbrido -como no podía ser de otra manera- generado entre científicos, comunicadores, y trabajadores de la cultura para reducir la distancia entre el experto investigador y los ciudadanos. Una distancia que al reducirse, gana conflictividad ya que la divulgación (perfectamente podría decir democratización) del progreso científico choca contra cierto estatismo natural de las sociedades, trasladando también las zonas de disenso que existen en los laboratorios. Sin ir más lejos, los propios intereses de empresas privadas, que han invertido esfuerzo y recursos, muchas veces colisionan con los de la ciudadanía, por lo que dibujar ese diagrama de relaciones, intenciones y consecuencias es un proceso interesantísimo, igual de complejo que el propio avance científico, y cuyo resultado debería empoderar toda la sociedad.
Profetas del Siglo XXI
Comparto la hipótesis del Dr. Marcelino Cereijido: “El drama de nuestros países es el analfabetismo científico”, y evitando simplificaciones, con este ciclo se pretende abordar este complejo ecosistema ofreciéndole la palabra a diversos referentes del campo, y comprometiéndose a una búsqueda de heterogeneidad en la composición de esas voces. Este coro también es transdisciplinario en los conjuntos del saber de las propias ciencias y, como si fuera poco, cimentado en un contexto cultural.
Si se ha definido a la innovación científica como un proceso interactivo donde empresas, instituciones y otros actores de la producción de conocimiento se interrelacionan (se podrían agregar creencias) son los medios de comunicación, y el ámbito cultural, un espacio ideal para que nadie se quede afuera de este proceso que nos afecta a todos.
Hablando de creyentes y profetas, justamente Auster, en el libro ya citado (La invención de la soledad), propone que el “falso profeta adivina, mientras que el verdadero profeta sabe”. Y lo ilustra con una metáfora apoyada en el libro de Jonás, quien habiendo recibido la palabra de Yahvé huye sin contarlo. Huye en un barco del que luego es arrojado al mar para posteriormente ser devorado por una ballena, y en su interior, después de tres días de oscuridad clama por su Dios, habla, y entonces recibe una respuesta. Dice Auster -y se aplica al ciclo- “Pero incluso si no hay respuesta, el hombre ha comenzado a hablar”. Ahora hablemos.-
( Hay un foro donde están publicadas todas las introducciones a las mesas del ciclo y ya está abierto el debate: www.ccec.org.ar/creyentes21 )
Hace un tiempo que la ciencia y el hombre parecen haber seguido caminos distintos. En algún momento el conocimiento humano se apartó de la propia humanidad y cobró soberanía. La ciencia, y su heredera, la tecnología, presumen -como bien señala el coordinador del ciclo Cristian Sánchez- de tener al hombre ¡su creador! debajo del microscopio.
El escritor norteamericano Paul Auster explica algo similar en su libro la Invención de la soledad, cuando habla de la sintaxis de la vida y la muerte: “…cuando un hombre entra en una habitación y uno le estrecha la mano, no siente que es su mano lo que estrecha, o que le estrecha la mano a su cuerpo, sino que le estrecha la mano a él”. Cuando hablamos de temas científicos pasa algo similar, sentimos que hablamos de algo que nos pertenece, que descubrimos, que nosotros -la humanidad- ha conseguido entender y por consiguiente es parte nuestra.
Sin embargo no está claro si nosotros somos el hombre del párrafo de Auster o si sólo somos la mano estrechada, y en ese caso, si la ciencia es la que nos entiende a nosotros, la que nos ha invadido hasta convertirse en una creencia, en una verdad superior a nosotros mismos.
Este comienzo de siglo está plagado de avances científicos tan radicales que no alcanzamos a dimensionarlos, pero que sin embargo se han colado en la cotidianeidad de nuestra vida de forma abrumadora: nuestra salud, nuestros teléfonos, nuestra comida, nuestro cielo, nuestra vida sexual, la posibilidad de darle vida a otras personas con nuestros órganos... los autos, aviones o transbordadores, la nanotecnología, la soja, la pasta de dientes, nuestra mente... todo está plagado de avances científicos que incorporamos con cierta normalidad, pero sin darnos un espacio para interiorizarnos sobre sus alcances y limitaciones, sus implicancias éticas, religiosas, los intereses comerciales que están detrás, los beneficios para la humanidad, o los perjuicios para el planeta.
El ciclo Creyentes del SXXI pretende enriquecer el debate y la reflexión en el seno de un espacio híbrido -como no podía ser de otra manera- generado entre científicos, comunicadores, y trabajadores de la cultura para reducir la distancia entre el experto investigador y los ciudadanos. Una distancia que al reducirse, gana conflictividad ya que la divulgación (perfectamente podría decir democratización) del progreso científico choca contra cierto estatismo natural de las sociedades, trasladando también las zonas de disenso que existen en los laboratorios. Sin ir más lejos, los propios intereses de empresas privadas, que han invertido esfuerzo y recursos, muchas veces colisionan con los de la ciudadanía, por lo que dibujar ese diagrama de relaciones, intenciones y consecuencias es un proceso interesantísimo, igual de complejo que el propio avance científico, y cuyo resultado debería empoderar toda la sociedad.
Profetas del Siglo XXI
Comparto la hipótesis del Dr. Marcelino Cereijido: “El drama de nuestros países es el analfabetismo científico”, y evitando simplificaciones, con este ciclo se pretende abordar este complejo ecosistema ofreciéndole la palabra a diversos referentes del campo, y comprometiéndose a una búsqueda de heterogeneidad en la composición de esas voces. Este coro también es transdisciplinario en los conjuntos del saber de las propias ciencias y, como si fuera poco, cimentado en un contexto cultural.
Si se ha definido a la innovación científica como un proceso interactivo donde empresas, instituciones y otros actores de la producción de conocimiento se interrelacionan (se podrían agregar creencias) son los medios de comunicación, y el ámbito cultural, un espacio ideal para que nadie se quede afuera de este proceso que nos afecta a todos.
Hablando de creyentes y profetas, justamente Auster, en el libro ya citado (La invención de la soledad), propone que el “falso profeta adivina, mientras que el verdadero profeta sabe”. Y lo ilustra con una metáfora apoyada en el libro de Jonás, quien habiendo recibido la palabra de Yahvé huye sin contarlo. Huye en un barco del que luego es arrojado al mar para posteriormente ser devorado por una ballena, y en su interior, después de tres días de oscuridad clama por su Dios, habla, y entonces recibe una respuesta. Dice Auster -y se aplica al ciclo- “Pero incluso si no hay respuesta, el hombre ha comenzado a hablar”. Ahora hablemos.-
( Hay un foro donde están publicadas todas las introducciones a las mesas del ciclo y ya está abierto el debate: www.ccec.org.ar/creyentes21 )
Comentarios