(Publicado por el Suplemento Temas de La Voz del Interior. 6/04/2008)
Aunque subdirector desde 2002, quien suscribe esta columna trabaja en el Centro Cultural España Córdoba (CCEC) desde su inauguración, en 1998. En realidad, desde antes, preparando lo que sería la programación junto a las autoridades.
Se pueden encontrar algunos méritos en el trabajo que se hace en (como nos gusta llamarla) "La Casa". Pero es justo empezar diciendo que la mayoría de los méritos están fuera: muchas de las personas que construyeron y le dieron su perfil, hoy no están en su plantel estable y otras, aunque han colaborado desde siempre, no son personal del centro sino afectos permanentes: curadores, coordinadores de programas, técnicos, administradores, proveedores, periodistas, funcionarios, mozos de bares, etcétera, etcétera. Todos ellos hicieron y hacen día a día el centro, tanto o más que quienes tenemos silla.
Esta permeabilidad se combina con el lema "La cultura es un derecho". Un derecho que compromete a todo hombre como tal y que demanda trabajar muy duro. Profesionalmente. Un primer paso de ese trabajo fue convencer de la importancia de la tarea a los beneficiarios. Se consiguió comunicando de manera muy persuasiva todo lo concerniente al CCEC. Primero de la mano maestra de Octavio Martino y, después, con toda una serie de brillantes trabajadores del diseño, los textos y la web que dan identidad y desenfado a la casa.
Por lo antes dicho, el España Córdoba fue pionero en la articulación de la gestión cultural y sus modelos de trabajo, como una estrategia medular. Sobre ese diseño institucional surgió, desde un primer momento, el compromiso formal con el ámbito independiente, las manifestaciones novedosas, lo joven y contemporáneo. Un mandato fundante que le otorgara el gobierno de la Municipalidad de Córdoba, coincidiendo con las aspiraciones de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, asociadas a las nuevas tendencias y la tecnología.
Pero más que el personal, los colaboradores, las líneas de profesionalización de la gestión cultural y el sentido de oportunidad de los fundadores, el Centro Cultural España Córdoba contó con el apoyo de una mina difícil, a la que sedujo en plena vida universitaria: la ciudad de Córdoba.
Cuando en el ’98 se inauguraba la casa, muchos cordobeses vivían una explosión creativa que se desangraba en pequeños bares, fiestas clandestinas, exposiciones tangenciales, teatros ignotos, intermitentes espacios alternativos y un mundillo artístico de ensueño. Y el Centro convocó a todos los que estaban viviendo esa ebullición, un hervidero de nuevas generaciones. Una convocatoria que aún sostiene hoy, en una ciudad que hierve distinto. Eso sí, con creadores y público joven y universitario.
El ejercicio del derecho a la creación, así como la participación en la vida cultural ha variado con el tiempo y hoy, además de la militancia que representa asistir a cualquier actividad artística, los cordobeses presentes bloguean sus opiniones, graban con celulares lo vivido y participan más, como impone el año 2008. De toda esta actividad actual no libre de debates (que incluyen la programación y tantas otras decisiones que se toman a diario) surge la construcción de este valor social para los ciudadanos que es un centro cultural.
La cultura es, entre otras cuestiones, heterogeneidad, identidad y diversidad, alternativas y alegría. Pero, por sobre todas las cosas, es un instante de seducción con la ciudad, una relación que cambia y se transforma. Como los romances que perduran.
Aunque subdirector desde 2002, quien suscribe esta columna trabaja en el Centro Cultural España Córdoba (CCEC) desde su inauguración, en 1998. En realidad, desde antes, preparando lo que sería la programación junto a las autoridades.
Se pueden encontrar algunos méritos en el trabajo que se hace en (como nos gusta llamarla) "La Casa". Pero es justo empezar diciendo que la mayoría de los méritos están fuera: muchas de las personas que construyeron y le dieron su perfil, hoy no están en su plantel estable y otras, aunque han colaborado desde siempre, no son personal del centro sino afectos permanentes: curadores, coordinadores de programas, técnicos, administradores, proveedores, periodistas, funcionarios, mozos de bares, etcétera, etcétera. Todos ellos hicieron y hacen día a día el centro, tanto o más que quienes tenemos silla.
Esta permeabilidad se combina con el lema "La cultura es un derecho". Un derecho que compromete a todo hombre como tal y que demanda trabajar muy duro. Profesionalmente. Un primer paso de ese trabajo fue convencer de la importancia de la tarea a los beneficiarios. Se consiguió comunicando de manera muy persuasiva todo lo concerniente al CCEC. Primero de la mano maestra de Octavio Martino y, después, con toda una serie de brillantes trabajadores del diseño, los textos y la web que dan identidad y desenfado a la casa.
Por lo antes dicho, el España Córdoba fue pionero en la articulación de la gestión cultural y sus modelos de trabajo, como una estrategia medular. Sobre ese diseño institucional surgió, desde un primer momento, el compromiso formal con el ámbito independiente, las manifestaciones novedosas, lo joven y contemporáneo. Un mandato fundante que le otorgara el gobierno de la Municipalidad de Córdoba, coincidiendo con las aspiraciones de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, asociadas a las nuevas tendencias y la tecnología.
Pero más que el personal, los colaboradores, las líneas de profesionalización de la gestión cultural y el sentido de oportunidad de los fundadores, el Centro Cultural España Córdoba contó con el apoyo de una mina difícil, a la que sedujo en plena vida universitaria: la ciudad de Córdoba.
Cuando en el ’98 se inauguraba la casa, muchos cordobeses vivían una explosión creativa que se desangraba en pequeños bares, fiestas clandestinas, exposiciones tangenciales, teatros ignotos, intermitentes espacios alternativos y un mundillo artístico de ensueño. Y el Centro convocó a todos los que estaban viviendo esa ebullición, un hervidero de nuevas generaciones. Una convocatoria que aún sostiene hoy, en una ciudad que hierve distinto. Eso sí, con creadores y público joven y universitario.
El ejercicio del derecho a la creación, así como la participación en la vida cultural ha variado con el tiempo y hoy, además de la militancia que representa asistir a cualquier actividad artística, los cordobeses presentes bloguean sus opiniones, graban con celulares lo vivido y participan más, como impone el año 2008. De toda esta actividad actual no libre de debates (que incluyen la programación y tantas otras decisiones que se toman a diario) surge la construcción de este valor social para los ciudadanos que es un centro cultural.
La cultura es, entre otras cuestiones, heterogeneidad, identidad y diversidad, alternativas y alegría. Pero, por sobre todas las cosas, es un instante de seducción con la ciudad, una relación que cambia y se transforma. Como los romances que perduran.
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