(Publicado Por La Voz del Interior. 2006)
En plan miniturista, cámara en mano, pasas al baño del único museo de la localidad en la que se extingue el fin de semana. Una buena colección, bien expuesta, y la memoria del lugar dignamente presente, son algunas de las reflexiones que te acompañan hacia la privacidad del retrete. Desde el trono –y sin noble igualdad de por medio- detectas la absoluta ausencia de papel higiénico en el lugar donde debería estar.
Ahora todo se basa en buscar consuelo. Primer intento: “Esto también debe estar pasando en el Guggenheim”.
Superado el percance, alguien te explica que las arcas de la comuna están jadeando por la inversión hecha en la fiesta o festival local. El acontecimiento acaba de terminar, y no hay presupuesto para nada.
Un poco obsesionado por el tema papel –y no precisamente el de las papeleras- indagas sobre el papel de los festivales en diferentes realidades culturales.
Fiestas, festivales y otras celebraciones
La presencia de estos eventos regionales o nacionales es toda una tradición en el interior cordobés, y no es una elección caprichosa. Todo lo contrario, es una costumbre que debe seguir ejerciéndose con profesionalismo.
Independientemente de los festivales de neto corte comercial, que cuentan con una inversión por parte del empresario, y suponen una serie de oportunidades para los habitantes de cada localidad –lanzados, estos últimos, al entrepreneurismo con frenética pasión-, hay muchos festivales o fiestas que corren por cuenta y orden de los municipios locales.
Desde cualquier óptica queda claro que es una buena decisión de cada intendencia, ya que la presencia de un suceso de tamaña magnitud genera todo tipo de oportunidades laborales para un ámbito que realmente las necesita, como es el artístico-cultural. Y en este sentido, además de los artitas de cachet con cuatro ceros, las oportunidades laborales no sólo son para los músicos. De los festivales viven los técnicos y otros trabajadores como los artesanos de las más variadas técnicas.
También cuelgan de estos espectáculos las personas vinculadas al negocio del ocio y la gastronomía a través de comidas típicas que son consumidas con delirio por visitantes que hacen caso omiso a las cargas hipercalóricas que incorporan, o a las poco ortodoxas combinaciones de clima caluroso y locro o empanadas fritas.
En el interior provincial, industrias culturales se dice festival. Y su sinergia económica va más allá de los vasos comunicantes entre turismo y cultura. Los festivales que apilan varias décadas, como el que asoma cada verano en Deán Funes – el más antiguo del país, con 50 años de experiencia- son un factor de exportación y sostenimiento de la identidad cultural de cada región.
Al mismo tiempo, estas fiestas continúan construyendo la historia de cada comunidad con nuevas influencias y un anecdotario de varios tomos. Debido al gesto roquero del 2006, en Villa María todavía deben estar cuchicheando las señoras al limpiar las veredas, cada mañana.
Otros festivales, no sólo han sumado peñas simbióticas sino que reconocen el valor cultural que representan y se animan a profundizar la apuesta. Por caso, la feria del libro del festival de Cosquín. Bravo.
Sin embargo sigo en el baño, y me consuela pensar que, festivales debe haber todos los que se pueda proyectar, pero los presupuestos deberían contemplar los grandes eventos y los pequeños percances.-
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