Discurso visual

(Publicado por la Revista 50 Aniversario de la Escuela Lino Eneas Spilimbergo)

Conozco una persona muy interesante, pero que tiene un defecto -si se quiere- y es leer con mucha atención los policiales del diario.

Esta misma persona alguna vez intentó relatarme algún “macabro hallazgo” y le interrumpí en seco pues, dada mi condición de ex-alumno de la Escuela Lino Eneas Spilimbergo, tengo facilidad para visualizar “los hechos”. Con esto de (re)construir los hechos, me refiero a la capacidad para generar una imagen con lujo de detalles de lo leído o relatado.

Por suerte, cuido el patrimonio mental e incorporo la cantidad justa de fotos a la carpeta de mi disco duro intelectual. Se podría decir que es una colección cuidada. La cuido porque luego, con el conjunto de estas imágenes, se construye el relato propio y la suma de los relatos e imágenes definen la idiosincrasia.

Si lector, eres lo que imaginas.

De ahí se desprende que los fotógrafos son quienes construyen relatos, relatos visuales de la sociedad y de cada una de las idiosincrasias.

Aunque siempre los protagonistas de las historias tienen tendencia a creerse portadores de capacidades únicas, en este caso hay que decir que todas las personas han recurrido -conscientemente o no- a fotos para consumar su memoria, y estas imágenes componen su universo íntimo y personal. Su única compañía visual.

Por eso, cuando alguien imagina la primer guerra mundial, la imagina en blanco y negro. Y cuando se dice bailarina, se imagina el barrido del vestuario y sus colores, como una exposición de baja velocidad. Lo mismo pasa con las pirámides de Egipto, que pocos han visto, pero a muchos se les revelan. Aunque debería ser un derecho humano, no todos conocen Macchu Picchu, o la Tour Eiffel, pero cuentan con sus fotos para ilustrarse.

Así se podría seguir infinitamente: la copulación de los insectos, o un régimen despótico en Asia son sólo imágenes a las que sumamos discurso posterior. La propia idea abstracta de un sustantivo como violencia cobra sentido con una, o varias fotos.

Y la fotografía ha construido esos discursos visuales.

Todos viven dentro mío

Pero el álbum fotográfico de nuestro interior, algo así como un viejo portanegativos, o un actual pen-drive de varios gigas, no sólo se compone de sexo con bichos (-ojo- se refiere a los insectos de unas líneas más arriba) y el patrimonio de la humanidad. Dentro de la cecera de cada uno habitan muchas personas –demasiadas en algunos casos- que comparten una suerte de sillón gigante. Son los retratos de nuestros héroes y referentes. Esta foto social y colectiva es el resultado mental de un colage con muchas otras impresiones confeccionadas anteriormente.

Así, mi sillón mental comienza con un Picasso de manos enormes, un Einstein sacando una lengua que le permitiría integrar la banda Kiss, un Chaplin demoníaco y comunista tomado por un Avedon cómplice, un Cobain de píldoras tragar, un James Dean con las chapas al viento, y un Charly García con el dedo en alto...

A esta altura de la nota ya tomamos envión y por ello se puede decir que los verdaderos fotógrafos son los que suman imágenes a nuestras cabezas, y fotogramas al relato de nuestra idiosincrasia.

Los verdaderos fotógrafos son los que, cuando hacen clic, producen un crack, en las mentes.

Por eso, si lees esta nota, es un buen síntoma.

Y si estás en la Spili, sólo resta preocuparte por mantener tu ojo interior abierto, hacer clic todas las veces que puedas, y esperar que se sienta un crack.-

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